miércoles, septiembre 15, 2021

Por fin un buen rato delante de la televisión


Estoy viendo un documental en tres capítulos acerca de la historia de Afganistán. La serie comienza en 1950 con la monarquía. Cincuenta minutos dedicados solo a la monarquía de ese país y comenzando en fecha tan tardía. ¿Qué significa esto? Significa un lujo de detalles y de precisión al que no nos tiene acostumbrada la televisión.

Por supuesto nada de recreaciones históricas (siempre ridículas), solo filmaciones de época y algunas muy atinadas entrevistas. Ahora estoy en el segundo capítulo, la ocupación soviética.

En estos capítulos, no hay nada de paja, nada de relleno. Hay tantas cosas que contar. ¿Por qué el presupuesto de los documentales va a parar a las manos de los incompetentes?

Yo creo que la mayoría de productores de documentales le dicen al director en el despacho algo así: “Mira, sé que eres un lerdo. Ya lo has demostrado suficientemente. Así que te encargo otro documental para patanes. Mi única directriz es que no te eleves demasiado. No te olvides que trabajas para individuos mentalmente muy torpes”.

Y después discuten qué tema escoger. Por supuesto que debe tratarse de un tema para sandios. O si es un tema serio, debe tratarse lo más neciamente posible.

Lo mejor es intercalar tantas cuantas recreaciones históricas sean posibles. No importa que sea un episodio sobre Napoleón, con cuatro actores bastará y cualquier caserón un poco viejo será suficiente. “Y si no, que hablen en el jardín”.

En los documentales de los años 60 y 70, podía haber falta de medios, pero estaban dotados de una indudable dignidad. En su elaboración intervenían los mejores especialistas. Ahora veo que debajo del nombre del entrevistado aparece un vago especialista en la Edad Media.

Y cuando el documental trata acerca de la Iglesia... ay. Al menos Goebels inculcaba las infamias a sabiendas que eran patrañas inventadas, pero estos ya han crecido en la era post-Goebels y la verdad es la menor de sus preocupaciones.