Las fuerzas de la economía funcionan bien solas en
muchas ocasiones, pero en otras se requiere un encauzamiento. Hay ocasiones en
que el movimiento ciego de los elementos económicos actúa contra el bien común,
creando círculos viciosos que no se solucionan por sí mismos. Esto es Rerum
Novarum. La Iglesia tiene un precioso tesoro de enseñanzas acerca de
doctrina social. El Evangelio debe aplicarse también a la economía.
Ahora tenemos un gigantesco agujero de PIB creado por
la pandemia, paro que va a ser de larga duración, una crisis energética (de ahí
el problema con los camioneros) y un problema con el suministro marítimo.
El problema energético es muy complicado. He escuchado
a los que saben y todos coinciden: esto va a ir para largo y su solución es muy
difícil. Reservas hay y muchas, pero el petróleo normal se está acabando y cada
vez más hay que echar mano de hidrocarburos menos parecidos al “petróleo normal”.
El problema ya venía de antes (aunque la gente común no lo sabía) y la poca
demanda durante la pandemia pospuso el problema. Pero ahora una demanda
repentina ha puesto el problema sobre la mesa y agravado.
La solución debería ser algo ideado por los mejores
expertos independientes: una solución justa, realista, racional, a largo plazo.
Pero, hoy por hoy, se van buscando pequeños remiendos y nacionalistas, cuando se
trata de una cuestión de grandes magnitudes.
Para mí todo esto tiene un significado religioso. La falta
de Dios provoca cada vez mayores desarmonías que van preparando el camino a la
pobreza, a las convulsiones sociales, a los dirigentes autoritarios, al
marchitamiento de la democracia.
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He escuchado hoy al presidente de Bielorrusia. Madre
mía. Increíble que este señor haya llegado a dirigir los destinos de millones
de personas.