Hay una señora en el
hospital, a la que le llevo la comunión cada día, que es un verdadero gozo
verla. Siempre está sonriente, como rodeada de una nube de buen humor. Tiene ochenta
años, es aragonesa, hace bromas, es vital; es una delicia estar con ella. Su
piel blanquita, sus ojos azules, su rostro: ofrece la imagen perfecta de la
abuela risueña que mima a sus nietos.
Desgraciadamente, los cristianos
ortodoxos reciben a los capellanes católicos con un gesto seco para advertirnos
sin contemplaciones que no desean hablar con nosotros. El modo en el que nos
reciben deja claro cuál es el mensaje de sus sacerdotes hacia el catolicismo. A
veces, he intentado, de lejos, añadir que solo venía a desearle que se pusiera
bien, pero ese intento siempre viene seguido de un gesto que reitera su
voluntad de no seguir hablando con nosotros.
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Hoy he visitado a un
gitano con el que he tenido una muy agradable conversación. No ha sido
obstáculo el que fuera evangélico. Y menos todavía porque le he dicho lo bien
que me llevaba con un pastor que ellos tenían. Un gitano que era un hombre
lleno de fe viva en Dios. Cada vez que nos veíamos nos dábamos un gran abrazo. Una
vez el Señor me dio un mensaje a través de él, sin que el pastor lo sospechara.
Me dijo una cosa que, en cuanto la escuché, al instante, sin ninguna duda, supe
que era Dios el que me hablaba a través de él. La luz se hizo al momento en mi
alma.
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Los musulmanes me suelen
recibir bien. Algunos especialmente bien. Tampoco he tenido problemas con los
testigos de Jehová, nunca. Ya me he encontrado varias veces con personas que al
preguntarles por sus creencias, han respondido que son paganos. Y más
concretamente que creen en la religión nórdica. Con varios de ellos he tenido largas
conversaciones durante días.