Estimado Marcos:
Muchísimas gracias por advertirme de esa persona que me critica de un modo
personal en un vídeo de Youtube. Te lo agradezco porque, como es natural, me
gusta saber qué se va diciendo de mí por ahí. Ahora bien, no he puesto tu
comentario porque no quiero darle más propaganda a su canal. Pero de verdad que
te agradezco la información.
Los ataques personales… sí,
ya son muchos años. Hace un par de meses me dio mucha pena que un sacerdote
youtuber hablara mal de mí. Las acusaciones habituales: soberbia, egocentrismo,
amor a los medios de comunicación.
Me dio especial tristeza
porque considero que es un buen sacerdote. No acabo de entender qué beneficio venía
a la fe católica (que es de lo que trata su canal) del hecho de atacar a un
hermano en lo personal. Pero si me encontrara con él algún día, lo saludaría sin
tener en cuenta nada de lo que dijo de mí. No le guardo ni el más leve resquemor.
Me entristece su acción, pero sin que eso haya dejado en mi ni un gramo de
rencor.
Pero sí, es cierto, hay
palabras que dejan un sabor a amargura no en la boca, sino en el corazón del
que escucha.
Mientras que los elogios
llenos de pasión de alguien al que le ha tocado la gracia son sinceros. Sinceros
y llenos de entusiasmo, de un entusiasmo que lleva a agradecer al instrumento
lo que, en realidad, ha sido una acción de la gracia. Son como el champán de
una botella que se descorcha. Nunca me he sentido incómodo por las burbujas del
champán y la alegría que rodea ese momento de felicidad.