La doctrina acerca de las indulgencias que sostiene la Iglesia es correcta. Pero en mi opinión, aun siendo correcta, se le pueden hacer con toda justicia ciertas añadiduras que completarían más el cuadro general acerca del modo en el que actúan.
Desde niños hemos escuchado —y es
algo correcto— que si Adolf Hitler o Fidel Castro o Stalin se arrepintieran en
el último momento, con un arrepentimiento sincero, suficiente, irían al cielo
tras purificarse en el purgatorio. Esa afirmación es correcta, ya que no hay
pecado, por grande que sea, que no pueda perdonar Dios. Hasta aquí, todos
estamos de acuerdo. Pero si una persona lucra una indulgencia plenaria por
cualquiera de esos monstruos, ¿entraría en el cielo al día siguiente?
Si preguntamos eso a cien sacerdotes, todos se quedarían dubitativos un momento. Después, con gesto de estar poco convencidos, concluirían que, claro, que si la indulgencia es plenaria… ¿qué otra posibilidad cabe? Esa falta de seguridad en la respuesta sería la tónica general, aunque muchos se sentirían obligados a afirmar que creer en el concepto de indulgencia plenaria implica, necesariamente, entrar en el cielo al día siguiente, hayas hecho lo que hayas hecho. Ahora bien, ¿ese concepto teológico, el de la indulgencia plenaria, implica que el alma, necesariamente, entra de forma automática e inmediata en el cielo? Bien, voy a ofrecer mi modesta opinión.
La mayor parte de las personas que
entran en el purgatorio tienen pequeños pecados, casi todos de debilidad: lujuria,
gula, haber abusado de la bebida, del juego, haber consumido cannabis. A estos
pecados de debilidad se les añaden pecados como el cotilleo, la murmuración,
mentiras pequeñas, manías contra alguien, moderados rencores, enfados, egoísmos,
y faltas por el estilo.
En todas estas faltas no suele haber
mucha maldad y la persona, tras la visión que haya tenido al salir de su cuerpo,
al ver después que está en el más allá, y con la compañía y acción de los
ángeles y los santos, con toda facilidad se arrepiente cada vez más de sus
pecados, con un dolor cada vez más puro, cada vez más profundo. El arrepentimiento
se va haciendo cada vez más perfecto en el purgatorio.