Un comentarista hacía
este interesante comentario a mi charla sobre Dios como arquitecto del infierno.
Es un comentario profundo, que vale la pena meditar y dar una respuesta:
Padre,
en su razonamiento (minuto 10:20), observo un error. Comenta que nadie puede
cometer un mal infinito. Pero ello no es cierto. Si alguien contribuye como
cooperador necesario para que un alma se condene, entonces su mal es infinito, porque el mal creado a esa alma es infinito. Dado
que la existencia es material (finita) y espiritual (infinita), todo quien
coopera necesariamente a la condenación eterna de un alma comete un mal
infinito. Por tanto, es equitativo (y hasta misericordioso) que reciba un
castigo infinito con un orden de magnitud que desconocemos.
Es cierto que parece que hay
una diferencia esencial entre querer la muerte de una o diez personas, entre
torturarles una hora o una semana, y buscar su sufrimiento sin fin por los
siglos de los siglos. Esto segundo, desde un punto de vista teórico, parecería
una diferencia radical; pero no lo es.
Cuando uno odia con todas
sus fuerzas, busca provocar el mayor daño posible al otro. Normalmente, la
voluntad que comete un asesinato o tortura piensa en hacer sufrir aquí y ahora,
durante un mayor o menor tiempo, sin entrar en más consideraciones. Pero cuando
se odia tanto, si uno pudiera elegir hacer sufrir para siempre, se escogería la
opción de provocar dolor sin fin. A cierto nivel de odio tremendo, todos los
que sufren ese furor escogerían la opción 2, la de provocar sufrimiento sin
fin.
Pero, incluso en ese caso
en que uno escogiera la opción 2, no estamos hablando de que la persona ha cometido
un pecado de “peso” infinito, sino que desea que
algo finito se prolongue sin fin. Con lo cual no hablamos de que en la
balanza una iniquidad posee un peso infinito, sino de un grifo de odio que uno
no quiere cerrar.
Aun así, querido
comentarista, te doy la razón en algo: un grifo de odio que uno rehúsa cerrar,
aun siendo un pecado finito (pues su chorro es limitado), se trata de una iniquidad que
tiene un carácter tal que bloquea la misericordia infinita para que esta actúe.
Ese pecado es finito,
pero se transforma en obstáculo perfecto.