Ayer me llamó desde Estados Unidos un auténtico
forteólogo. Fue antes lector mío que amigo, pero ahora somos muy buenos amigos.
Sus llamadas siempre son una alegría. Me quiere tanto que hasta, por extensión,
su afecto llega al prelado mundano de mi novela Obispo reinante. Sus fervores
literarios, desafortunadamente, no se han contagiado a su esposa que me es
totalmente infiel, literariamente hablando.
Pero mi amigo es uno de los pocos que ha profundizado
en todas mis obras sobre el demonio y con el que puedo hablar de las más complicadas
cuestiones sobre el infierno. Ayer, tras mi cena, estuvimos hablando una hora y
once minutos sobre la jerarquía de los demonios. Esta cuestión es una de las
más complejas de mi Las leyes del infierno. Y, por eso, la coloqué al final
del libro. La cuestión de la “Paradoja de la hormiga de Mirón” fue la elegida
para poner punto final a mi libro que es el punto final a mi colección sobre
el demonio.
Es posible que, en el futuro, aparezca algún libro más
mío sobre el demonio y el infierno. Pero será ya acerca de cuestiones muy
accidentales. La estructura esencial de mi pensamiento me parece que ya está
totalmente delineada en el último libro de la colección.
Santo Tomás de Aquino murió a los 49 años. Le he
sobrevivido dos años más y con varios kilos de menos. Sinceramente, me gustaría
encontrar a amigos como este de Estados Unidos, o como mi amigo el latinista o
mi amigo el filósofo (los dos de Alicante) que me espolearan, que me exigieran,
que me incitaran a pensar más allá de lo que yo puedo dar de mí mismo. Pero no
puedo dejar de tener una cierta sensación de haber llegado a lo más que puedo
dar de mí mismo. Y que el futuro consiste en ir bajando por la ladera.
Post Data 1: Menos mal que hoy tengo una buena cena en un buen restaurante. Si no fuera por estos momentos de asueto, no sé cómo aguantaría tanto pensar en el infierno.
Post Data 2: Bromeo, para mí pensar en el infierno resulta tan rutinario como para un recogedor de huevos de gallina ir haciendo su trabajo.
Post Data 3: No bromeo, me resulta mucho más estresante una visita materna que reflexionar acerca del Hades. No creo que en el averno le estén echando en cara todo, desde el polvo en los armarios hasta los kilos que uno haya ganado.