sábado, diciembre 14, 2019

Dedicado a mi amiga dentista supernumeraria



Estoy muy contento. Tan contento como lo puede estar un cincuentón que —tras una cena en una taberna, taberna de comida novedosa y moderna— se pesa en la báscula con miedo. Sí, yo que no tengo miedo al demonio, tuve miedo a los números digitales que se vacilaban velozmente hasta fijar una sentencia definitiva: 86,3 kg.

Hay 86,3 kg. de padre Fortea, el resto es ropa o libros en su cabeza. Así que con optimismo he almorzado hipocalóricamente. A la espera de alguna otra buena noticia mañana. Me conformo con poco. Si pierdo otros 100 gramos, tal vez me anime a escribir el libro titulado “Cómo hacer perder peso a los cabildos”.

Por lo demás, me he pasado la mañana corrigiendo erratas en Las leyes del infierno. La cuestión sobre la condenación de Judas está cambiada y mejorada.

He firmado un contrato para la impresión de toda la colección de libros sobre el demonio. Cuando los vea todos juntos en mi salón de estar, seguro que tendré que confesarme de soberbia al día siguiente. Pero prefiero ser soberbio a gordo.