Pongo estos cuadros, por
último día, como ejemplo de los buenos momentos que he pasado asomándome a las
deliciosas obras del siglo XIX acerca de la época clásica.
Ayer tuve que cambiar, en
mi novela, un pequeño detalle que no sé cómo se me pasó. No sé cómo tuve ese
lapsus porque es un detalle del que hablado muchas veces con otras personas. En
una escena del libro, Pablo, Lucas y el dueño de la casa leen en silencio en
una mesa con buena iluminación de las ventas de la pieza.
No me di cuenta de que,
en esa época, pocas personas eran capaces de leer en silencio; era algo
rarísimo. San Agustín solo conoció a una persona que lo hacía. Se leía en voz
baja. No había signos de puntuación. Ni siquiera signos para indicar que una
frase acababa. Leer en voz alta ayudaba a saber cuándo acababa una frase por la
entonación. Así que tuve que poner a Pablo en la entrada del salón cercano.
¿Cuántos centenares, como este, se me habrán pasado sin saberlo? Sin duda muchos centenares.