jueves, mayo 07, 2020

Sin negar, pero sin acabar de afirmar



Hoy hemos ido todos los curas al obispado a hacernos la prueba del coronavirus. Era una prueba voluntaria. Todos los sacerdotes estábamos de acuerdo en que ha sido una buena idea del obispo o sus consejeros.

En realidad, hoy hemos ido los curas cuyo apellido fuera de la A a la L. Hemos formado una fila, hemos mantenido la distancia entre nosotros, todos con nuestra mascarilla. Reinaba el mejor de los humores. Nos darán los resultados la próxima semana.

Sea dicho de paso, el que me ha pinchado para extraerme la sangre lo hecho como nadie nunca. Yo creo que nunca me han pinchado de una forma tan perfecta, tan indolora. Iba con miedo, porque la última vez, la jovencita, me hizo daño de verdad. Pero mucho daño. Y, encima, no sé cómo lo hizo que tuvo que sacar la aguja e intentarlo en el otro brazo.

El obispo se ha acercado a la fila a saludarnos, manteniendo las distancias reglamentarias. Yo no quería hablar mucho con él, porque si lo contagiaba y lo enviaba al otro barrio, mucha gente me lo echaría en cara. Y, por usar una expresión que escuchaba en mi tierra: No quiero cargar con ese mochuelo.

Siempre me ha gustado escribir sobre el episcopado. Pero no he sentido ninguna inclinación a producir sedes vacantes. Y si estoy cargado de virus soy como una bomba andante, un aerosol con millones de coronavirus: todos ellos hambrientos, ansiosos. Por eso me alejé y si me hubiera preguntado, hubiera respondido con monosílabos. O, mejor aún, negando con la cabeza. O, incluso, sin llegar a negar, pero sin acabar de afirmar...