Hoy hemos tenido los curas del arciprestazgo una comida de final de curso. Nos
la hemos pagado de nuestro propio bolsillo, que nadie piense que sus donativos
han ido a esta finalidad, 17 euros con 50 céntimos. En mi caso: una ensalada,
excesivamente sencilla; una dorada, que es un pez del que no me acordaba que
era un pez tan insulso; y un pastel de queso que ha resultado “deliciosio”, no
es una errata, es una palabra inventada mía.
Desgraciadamente, cuando he llegado, estaban cerradas las grandes puertas de la Iglesia de Santa María la Mayor, ¡y me había dejado el móvil en casa! He tenido que regresar a mi casa bajo un sol parecido al del Desierto de Judea, para después regresar otra vez a esa parroquia.
La comida ha sido un rato muy agradable, aunque yo me he puesto un poco
pesado con mi Paulus: que si mi novela esto o lo otro, que si es una de
las mejores novelas religiosas de la historia; o, al menos, una de las mejores
novelas religiosas de este año; o, al menos, una de las mejores novelas escritas
en Alcalá; o, al menos, una novela con cierta gracia.
Después hemos comentado las noticias eclesiales del mundo. Todos estábamos de
acuerdo en que la Iglesia va de maravilla, viento en popa y a toda vela, pues
la prosperidad de la institución eclesial no corta el mar sino vuela.