El otro día hablaba del edificio que se podría construir en Monclovia para
residencia de ministros y altos funcionarios, por supuesto, que solo para los
que quisieran vivir allí, con toda libertad, y pagando un alquiler.
Pensaba en un edificio esencialmente rectangular, de estilo neoclásico, con
un gran patio con un jardín. En cada uno de los lados, en su parte central,
podría haber una escalera que subiera hasta arriba. Además de los ascensores,
siempre hay una escalera. Serían bonitas cuatro escaleras distintas del estilo
de las que he puesto en las fotos, quizá el doble de anchas; con sus cuadros y
ornatos como en la foto.
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En una democracia, habría que intentar que los ministros fueran, realmente,
los mejores. Es decir, que todo se supeditara a los méritos. No es lo mismo que
una camarilla de funcionarios muy competentes intente convencer a un ministro
para que haga algo; a que el que es el más competente sea el que gobierne.
Si el ministro ha llegado a ese puesto por razones políticas, será el (según
su mayor o menor incompetencia) el que juzgará al excelente y reformador subordinado.
La experiencia nos demuestra que los funcionarios excelentes suelen
desmoralizarse. Y, aunque no se desmoralicen, siempre será alguien menos
capacitado el que decidirá cuántas de sus reformas se llevan a cabo y cómo. Esto
sucede así en todos los países.
Los políticos deberían escoger para esos puestos de ministros a los
mejores. Pero la realidad es que se reservan esos puestos para sí mismos, es
decir, para los políticos.
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Hablo, en general, de casi todos los países: que los ministros no son los mejores, los que tienen más méritos, es evidente.
Para maquillar ese evidencia se buscan distintas excusas: el puesto de ministro
tiene mucho de político, el puesto de ministro es un cargo que tiene que
conectar con la ciudadanía, y otro tipo de imposturas.
La impostura se ha hecho costumbre y no hay ningún movimiento para reformar
esto. Ojo, no estoy diciendo que el puesto de ministro se obtenga por ascenso
de méritos, no. Tiene que ser un puesto otorgado por el Poder Ejecutivo.
Pero ni el presidente es el más adecuado ni por inteligencia ni
capacidades, ni sus ministros (elegidos por él) son tampoco los más adecuados.
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Ha sido un largo camino para reformar la monarquía hasta llegar a la democracia.
Ahora deberíamos emprender un camino para reformar la democracia, liberándola
de sus vicios.