Hoy cosas varias sacadas de mis lecturas. Lo primero
este delicioso pasaje extraído de Soldados del rey: el Ejército Borbónico en
América colonial en vísperas de la Independencia (Allan J. Kuethe, Juan
Marchena (ed.)):
Por costumbre, se levantaba a las seis de la mañana,
rezaba quince minutos, bebía una taza de chocolate, asistía a misa en la
capilla y entonces desayunaba con sus hijos. Su día de trabajo comenzaba a las
ocho, cuando se reunía con sus ministros hasta las once, recibiendo después a
embajadores y a otros dignatarios. Terminaba el trabajo a la hora del almuerzo
al que seguía una corta siesta. Le gustaba cazar por las tardes, pasar ratos
con sus hijos después y retirarse a la cama temprano.
El entorno también cambiaba, pues seguía la costumbre
de los reyes de estar en movimiento. El mismo libro dice:
En aquellos tiempos, la Corte se movía de un lugar a
otro de acuerdo con la estación: saludaban la primavera en Aranjuez, valle del
Tajo; escapaban al calor del verano en La Granja, en las montañas; se recogían
en el otoño en el sobrio escenario de El Escorial y completaban el ciclo
pasando el invierno en su palacio de Madrid.
Otra cosa que leí hace unos días la cantidad de sacerdotes
sin destino pastoral en Buenos Aires en el siglo XVIII. Si bien, parece ser que
fue un mal puntual de esa diócesis:
Roberto Di Stéfanoconstata que en Buenos Aires en 1778
los clérigos sin destino representaban 66%. del clero
secular: de los setenta clérigos que había, 46 no tenían oficio determinado.
La proporción seguía siendo la misma en 1810.
En Chile la presencia de clérigos sin destino en
cargos directivos de la diócesis fue irrelevante, no constituían un elemento
definidor del grupo, ya que fueron los miembros del cabildo eclesiástico
quienes acapararon estos oficios (La Iglesia hispanoamericana: de la colonia
a la republica, R. Enriquez, L.Aguirre (ed.)).
Nuestros problemas actuales de laicos contra el papa
Francisco, y de modernistas contra los obispos fieles y ortodoxos, son una
cuestión menos traumática que las convulsiones que sacudieron las iglesias
nacionales con situaciones eclesiales mucho menos evangélicas que las actuales.
Además, todo el mundo puede comprender que el clero
laxo (o laxísisimo) no albergaría un entusiasmo notable por defender posiciones
que ellos considerarían rigoristas. De manera, que esa lucha entre una visión
moderna, laxa, donde cupiera todo y la otra visión más anclada en los Santos
Padres, siempre ha existido. Y, al final, el buen Dios ha sacado a la Iglesia
de todas las tormentas con el Depósito de la Fe incólume.