Desde hace una semana, me ha preguntado mucha gente qué opino del coronavirus. Mi respuesta ha sido siempre la misma: Si China ha dicho la verdad, esta infección no tiene una mucho mayor tasa de mortalidad que cualquier otra infección.
Pero hacía llamar la atención de que no había mucha relación entre la tasa de mortalidad y las medidas extraordinarias que se habían tomado.
Ahora bien, hoy se ha sabido que China reconoce que el número de infectados en su país es de 42 000 y que el número de muertos supera el millar. Eso sí que es preocupante. Porque si las cifras que nos dan son verdaderas, eso significa que ya ahora, como mínimo, muere una persona de cada 42. Dicho de otro modo, este virus significaría (si no hay avances médicos sustanciales) que va a morir el 2% de la población. Pero esa cifra es la mínima.
Todo el mundo financiero entiende que el impacto de esta epidemia va a ser duro. Y más cuando todos los indicadores mostraban el final del ciclo alcista y el comienzo de un periodo de retroceso económico.
Me gustaría ser más optimista, pero no lo soy. Aunque el coronavirus no me preocupa. Lo que, realmente, me preocuparía sería un virus que convirtiera a las personas en zombies. No me quiero imaginar a mí mismo con dos rifles en la manos teniendo que abrirme paso hacia un vehículo.
Pero, como todos sabemos, los zombies solo aparecen en áreas rurales de Estados Unidos. No he visto ninguna película de zombies ambientada en el Vaticano. Es como Godzilla. Tampoco he visto que ese monstruo aparezca en Cuenca o en Soria, siempre suele ser en lugares como Nueva York.
Pero, como todos sabemos, los zombies solo aparecen en áreas rurales de Estados Unidos. No he visto ninguna película de zombies ambientada en el Vaticano. Es como Godzilla. Tampoco he visto que ese monstruo aparezca en Cuenca o en Soria, siempre suele ser en lugares como Nueva York.