Hoy
he acabado de ver Asesinato en el Orient Express, versión de 2017. A
esta película, la llamaré Branagh 2017 (por su director) para
distinguirla de la misma película dirigida por Lumet en 1974, a la que llamaré Lumet
1974.
Concuerdo con lo que
escribe Jordi Batlle sobre Branagh 2017:
La distinción y la elegancia de los señoriales vagones y del vestuario siguen siendo un placer para nuestros agradecidos ojos en esta adaptación acaso innecesaria...
Y concuerdo con lo que
escribe Diana Mangas:
Asesinato en el Orient
Express (2017) es una burda caricatura de su propia historia.
Una película sin alma ni carisma. Carente de cualquier aliciente más allá de
ver a sus mil y una caras conocidas pasearse por escena sin ton ni son.
Uno tiene razón en lo del
placer de los ojos y la otra tiene razón en lo que es una película sin alma.
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Yo (Fortea) me pasé toda
la película fantaseando que, como todos conocíamos la primera película, Branagh
nos sorprendería con un final absolutamente inesperado. Me esperaba una
reformulación de la historia, una reescritura que jugase con el público.
Pero no. No hay nada de
nada de eso. ¡Pero nada!
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Aquí podéis ver los dos
trailers. La antigua de 1974:
https://www.youtube.com/watch?v=kjSN6hmg2UY
La nueva:
https://www.youtube.com/watch?v=_IHYD2bqnCU
No os dejéis engañar por
un trailer impecable de Branagh 2017 que promete mucho: porque, al final, no da
nada.
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Creo que yo podría
escribir un guion para una película que se ambientara exactamente en ese
escenario de Branagh 2017. Un Orient Express en el que viaja pocos pasajeros:
--Un alemán anciano,
retirado, en viaje de placer, acompañado de su impecable y encantador
secretario.
--Un argentino, médico,
administrador de un hospital.
--Un norteamericano de
apellido Burke, sonriente pasajero con un deje de nostalgia, pero contador de
chistes.
--Un tal Schneider,
polaco, atildado, elegante, con misteriosas intenciones.
--Alguien que, por
ejemplo, se llama Reinhard Marx y que lee la novela Las sandalias del
pescador.
--Un australiano que
regresa a su tierra, vía París, con un injusto paso por una prisión.
--Un francés con apellido
Lefevbre, poco hablador.
--Un mayordomo llamado
Paolo Gabriele.
--Un revisor de apellido Viganó.
Con estos mimbres, ya
tenemos la cesta. Ahora bien, salvo que yo quisiera hundirme a mí mismo como el
Titanic, solo filmaría esta película si su productora fuera una sola: el
Vaticano.