Ayer, tras la cena, vi a trozos, (mientras
hacía otras cosas por la casa) la película El puente de los espías. Una película
bastante mediocre, pero con momentos muy emotivos. Ya la había visto dos veces.
Me llamó la atención, otra vez, cuando el prisionero habla del “Hombre de pie”.
El hombre que golpeado por partisanos siempre se volvía a poner de pie. Lo golpeaban
de nuevo, más fuerte, pero siempre se volvía poner de pie.
Bien, eso me recordó a otro episodio
(que no puedo contar sin sacar a la luz las vergüenzas de otros) en el que un
hombre, un hombre solo, un sacerdote diocesano, fue heroico. Fue heroico contra
viento y marea. Cuando la persecución destiló lo mejor de él, esa misma
situación extrajo lo peor de lo más lamentable del clero que le rodeaba.
La misma situación sacó lo mejor de
uno y lo peor de unos cuantos. Cuanto más noble se mostró él, más miserables se
mostró un puñado de clérigos.
En este asunto se podría decir que “bueno,
que hay dos versiones del asunto”. Sí, sí, es cierto. Pero los golpes los daban
solo los de un lado. El hombre noble siempre habló con la cabeza en alto y sin
ocultarse. Los que tenían la otra versión, siempre hablaban en pequeños corros
y bajando la voz.
El protagonista digamos que ya está “muerto”,
y parte de sus atacantes ya también, han muerto de viejos. En el mundo no hay
justicia, o más bien la hay limitada; o quizá sí que la hay, pero oculta. No
tengo la menor duda de que en el más allá los murmuradores habrán llorado
amargamente sus faltas. “¡Qué ciegos fuimos!”. “No, no fuisteis ciegos, no fue
una equivocación; fuisteis malos”.