Mi temperatura, a la 1:00 de la
tarde, volvía a ser la normal en mí: 35,6º. Sí, ya sé que es muy baja, pero es
la habitual en mi cuerpo. Y al levantarme por la mañana todavía más baja. A las
18:30 la temperatura ya era un grado superior. Señal de que algo de infección
todavía queda. Todavía hay grupos bioanarquistas haciendo barricadas en mis venas.
Sigo sin apetito, como poquísimo. La
diarrea sigue. La garganta muy mejorada. Solo tuve dolor de cabeza un día. Una
señora polaca me regaló unos sobres de sopa de caldo de ave que me están
deliciosos, son lo único que deseo tomar. Eso y un poco de fruta. 85,8 kg. es
mi peso actual. Lejos de los 89 kg. que llegué a pesar en el entorno de las navidades.
Tomo un rato el sol sentado junto a la
ventana de mi dormitorio. Me saco la camisa y leo un rato con un sombrero en la
cabeza. Siempre dudo si unos 20 minutos serán suficientes para recargar mi
cuerpo con vitamina D. También hago ejercicio, aprovecho para andar por la casa
en cada llamada de teléfono. Aunque ha habido días en que solo quería dormir y
no hablar por teléfono.
Tengo la sensación de que lo peor de
esta infección fue hace tres días, cuando tuve dos grados de fiebre.
La idea de que mi cuerpo está como
las calles de Kazajistán tiene su poesía. A mis fagocitos no les he dicho que dispersen
toda manifestación vírica, simplemente les he dado una consigna: “¡Devoradlos!”.