Ayer tuve una agradable cena con una
familia de Madrid. Uno de esos momentos que me son tan queridos, tan
relajantes, satisfactorios y entretenidos.
Los niños fueron a la cama a dormir.
Si se quiere una cena calmada, tranquila, siempre es mejor que los niños se
vayan a descansar. En la pantalla de cine Los niños quedan genial sentados a la
mesa de una comida del Día de Acción de Gracias o de la cena de Navidad. Pero
fuera de esos momentos familiares los niños en una cena son como un agujero
negro que atraen hacia sí toda la atención y hasta parte de la luz.
Cuando bendije la casa antes de
marcharme, era encantador verlos tan pequeños entre las sábanas, sin despertarse
por mi invasión. No encendimos la luz de la habitación, pero no salieron de su
sueño profundo. Qué imagen tan bonita para mi recuerdo. Eran la viva imagen de
la inocencia infantil.
Con la ausencia de estos tres niñitos
disfrutamos de una velada tan agradable. Clara y Javier (no pongo fotos porque
siempre me gusta preservar la identidad) me mostraron su casa: alegre, feliz,
con ese aire a nuevo que tienen las cosas en los primeros años de matrimonio. La
cena también estuvo deliciosa. Me hubiera gustado conocer más cosas de sus
trabajos. Siempre me gusta escuchar al que es experto en algo. Pero me da pena
preguntar porque me da la sensación de que los estoy interrogando.
Un queso gorgonzola delicioso,
acompañado de salmón ahumado, la sobremesa, todo fue perfecto. El encanto de
esos momentos perfectos.