Permítase abundar un poco
más en lo que dije ayer. Hay una diferencia bastante grande entre el culto
tributado a Dios en una catedral normal y en la catedral de Colonia o en la
Basílica de Santa María Mayor. No es solo una diferencia de cantidad de
celebrantes o que se toque mejor el órgano. Hay también una diferencia entre el
culto en esos dos templos (y otros no mencionados donde la liturgia es
excelente) y el culto en la basílica vaticana. Si en las catedrales el culto es
excelente, en los grandes templos de la
Iglesia es eminente. En el Vaticano es supraeminente. Pues bien, lo que propongo desde
hace
años es la creación de un culto un nivel por encima de lo supraeminente.
Eso no requiere de unas
cuantas reformas, sino de la comprensión (primero) y de la decidida voluntad
(después) de llevar a cabo una reforma radical. Los ritos serían los mismos,
aunque estoy a favor de crear una liturgia pontificia propia, algo que ya
expresé en Neovaticano. El cambio no radicaría en los ritos, no, sino en
la creación de una obra de arte total. Las
ceremonias tendrían que ser mejoradas, año tras año, por un equipo de católicos
altamente cualificados: directores de cine,
pintores, músicos, coreógrafos, iluminadores. Solo con la iluminación
hoy día se pueden hacer maravillas.
Por ejemplo, es solo uno,
cuando hablo de la iluminación, no me refiero a crear obras artificiosas con
juegos de luces controlados por ordenador y cosas así. No, para nada. Me
refiero a organizar la luz para que la basílica vaticana aparezca con luz
natural, solo con luz natural, con sapientísimos grupos de velas colocados
sabiamente en distintos lugares, en torno al presbiterio, donde sea, pero que
creen esas luces unos efectos realmente poéticos. El altar mayor sí que podría
estar bañado de una luz vertical suave, agradable.
Y durante la consagración
podrían hacer como en el Valle de los Caídos, que se quita toda luz artificial
y se ilumina el crucifijo al alzar la forma consagrada. Es una escena que todos
califican de impresionante.
En fin, es solo una idea;
a los iluminadores profesionales se les ocurrirán muchas más cosas. Porque la
ceremonia tiene que estar pensada para Youtube. Los que pueden asistir
presencialmente solo son una fracción de los que asisten a distancia. El entero
templo vaticano así se transforma en presbiterio donde todo está cuidadísimo
para un Pueblo que asiste desde sus casas.
Por supuesto, hay que huir de lo teatral, de lo artificioso, de una
sofisticación mundana, de una artificiosidad que aleje del Misterio.
Pero al mismo tiempo que
hay que evitar una desviación no sana de la liturgia, hay que entender que esta
nueva ceremonialidad vaticana debe buscar la obra de arte total, un resultado
que abarque todas las artes, muchas especialidades. El resultado debe ser la
misma misa ordinaria, pero expresada como obra pictórico-cinematográfica. La
reforma debe pivotar no tanto en lo que se les ocurra a los liturgistas, sino en
las sugerencias de los directores de cine.
Me acuerdo una vez en una
tienda de Madrid, una de las tiendas con las telas más caras de la capital, les
quedaban cinco metros de tela azul impresionante. La profesora de universidad
que me acompañaba y yo no pudimos dejar de hacer una exclamación. Nunca
habíamos visto una tela tan bonita. No la compramos porque una casulla en azul
solo se usa una vez al año, y eso que se trataba de un resto que quedaba, la
tela ya no se fabricaba.
Es un ejemplo de cómo hay
que cuidar esos detalles de esta nueva liturgia supraeminente. En una misa de
la Virgen, el papa podría llevar una tiara con gemas azules. O en la Misa de
Pentecostés podría llevar una tiara de piedras semipreciosas rojas. Otro
detalle, ¿qué decir del crucifijo de la Catedral de Westminster? Solo una cosa:
nunca he visto un crucifijo de altar tan impactante.
No sé si yo lo veré, pero
sí que estoy convencido de que el futuro irá por donde estoy diciendo. Sobre
todo, porque no estoy hablando de cambios litúrgicos, sino de cómo hacer arte
de la misma misa que ya tenemos. Cómo expresar de mejor modo el mismo
contenido.