Para un ateo sí que es
más fácil creer que el hombre pueda, algún día, crear una verdadera inteligencia
artificial, pero para nosotros los creyentes esa posibilidad está descartada.
Si pudiéramos crear verdadera racionalidad, tendríamos
allí una persona.
Nosotros los creyentes (cristianos, judíos, musulmanes, etc.) estamos seguros de que la racionalidad va unida al espíritu. Dado que solo Dios puede crear espíritus, el ser humano jamás podrá crear verdadera racionalidad.
Pero incluso desde un
punto de vista meramente natural, hasta un ateo puede entender que un programa
que se automodifica de acuerdo a las pautas otorgadas al principio, no va a ser
verdaderamente racional.
Cuando uno ve a un
campeón de ajedrez jugar con un ordenador, parece que la máquina realmente
piensa. Pero no, no hay ni el más mínimo pensamiento en ello. Su “pensamiento”
se reduce a algo parecido a una bola que discurre, hacia abajo, por el camino
establecido en una red de caminos predeterminados. ¿Quién determina el camino
establecido? Un programa ya escrito desde el principio hasta el final.
Sin duda, habrá hechos en
el futuro que harán creer a muchos que la máquina piensa. La apariencia de
pensamiento va a ser notable. Pero por más que converse con nosotros y hasta
nos transmita sentimientos de alegría, de tristeza, de esperanza, no poseerá
nada de eso. La imagen de un espejo parece viva, pero no lo está. En los
programas de autoaprendizaje no hay una persona, habrá un programa preparado
para aparentar que allí hay un individuo. De hecho, si no se le programa para
parecer humano, los resultados de estos programas no ofrecen lugar a la duda de
que no hay inteligencia.