Ayer acabé de ver Dune. La versión de 2021 me pareció algo
menos decepcionante que la cinta de 1984; pero una mala película, en cualquier
caso. Cuando yo era joven, veía esa novela en todos los escaparates de las
librerías. Vendió unos 20 millones de ejemplares en todo el mundo. Pero era una
mala historia como los años han demostrado.
En una novela, puedes
usar recursos literarios, hacer bien las descripciones, crear personajes; pero,
al final, o tienes una buena historia o no la tienes. Dune no la tenía. La invasión
de los ladrones de cuerpos (1956) sí que la tenía. Galáctica fue un mero pasatiempo, Alien sí que la tenía. ¿Qué decir de Blade Runner? Con razón, no se la puede elogiar más.
No voy a volver a ver La Huella (1972) porque ya me la sé de
memoria. Allí sí que hay una historia fascinante para ser contada. Y lo mismo
en la nueva versión de guion de 2007 con el mismo título, tan magistral como la
primera, imprescindible.
El cine religioso de
serie B prescinde completamente de la conveniencia de un buen guion. Basta con cubrir
con disfraces baratos a unos cuantos actores no profesionales y buscar
cualquier encuadre antiguo, que no sea de la época tampoco posee demasiada
importancia.
En los últimos años,
varias veces me han ofrecido llevar a la pantalla algunas de mis novelas o, al
menos, guionizarlas. Me he negado en absoluto y les he asegurado que perseguiré
con todas las armas de la ley cualquier adaptación no autorizada, cualquier
copia subrepticia. El día que un buen director me haga una propuesta digna de
ser considerada, me sentiré muy orgulloso. Hasta entonces, prefiero que mis
libros duerman tranquilos.
Post Data: Dune (1984) con el cantante Sting actuando quizá haya sido la única película de la historia en la que la suspensión de la incredulidad resultó completa y enteramente imposible.
En Dune 2021 lo único bueno son los malos de la película. Desearías que el gordo Harkonnen que se hunde en el petróleo apareciera todo el rato y que los buenos solo aparecieran alguna que otra vez, en todo caso.