Aprovecho, ahora que se
han calmado las aguas eclesiales, (es broma, ¿se
han calmado alguna vez?) para continuar con el viaje que hicimos varias
personas por Cataluña. Al tercer día de nuestro viaje, visitamos Lérida. Qué
inmensa y solemne me pareció la Catedral Nueva, del siglo XVIII, cuyo interior,
desgraciadamente, fue enteramente quemado en la Guerra Civil. (Como lo hicieron las izquierdas fue un acto solidario
con el proletariado). Después visitamos la Parroquia de San Lorenzo:
¡qué monumento románico!
Pero si esa parroquia nos
gustó tanto, la Catedral Vieja, medieval, es mucho más impresionante,
impresionante de verdad. La incautó el Estado en tiempos de Felipe V y ya no la
devolvió. Ese rey llegó a firmar la orden para demolerla. No se ejecutó porque
murió antes de que se comenzara a llevar a cabo. Después Carlos III dio dinero
para construir la nueva catedral con la condición de que el obispo renunciara
completamente y para siempre a recuperar la catedral medieval.
Lérida me pareció una
vibrante capital de provincia, llena de vida. No sabía que allí había tantos
trabajadores de la agricultura que procedían del África subsahariana. En el centro
histórico de Lérida, el 40% son inmigrantes.
Lérida ejercía su
influencia hasta Barbastro. De niño, muchos de mis paisanos se iban de compras
a Lérida una vez cada dos o tres años. Zaragoza caía muy lejos (3 horas de
viaje), pero Lérida no tanto (40 minutos).
No puedo dejar de elogiar
la amabilidad del sacristán de la Catedral Nueva, que nos preparó para celebrar
misa en una capilla, y lo acogedor que resultó el mosén de la iglesia de San
Lorenzo, con el que estuvimos charlando un buen rato.