
Saludos a Wrodhoper (no la confundir avec Hollhoper) que me ha llamado esta mañana para darme sus últimos y preciosos consejos sobre mi epílogo que nunca acaba. (Las editoriales nunca nos pagan demasiado.) Saludos a Stroumptrouf, que sepas que tienes razón, pero ya sabes a qué me refería.
Día de hoy que para vosotros es ya ayer, pero que ya nunca será mañana.
Pagar libros de catequesis, comprar formas, hablar con el arquitecto de la diócesis para la reparación del tejado de la ermita, charlar con el vicario general sobre un par de asuntos.
Acabar la bandeja de mero para comer, acabar la instalación de la nueva impresora, comprar otro cartucho de tinta.
Por la tarde, ir a unos grandes almacenes a devolver el fiasco de impresora, buscar un buen regalo para mis queridas catequistas, decir unas palabras amables a una anciana a la que noto un acento aragonés y que se queja de los cuatro euros que le cobraban por cuatro manzanas en la frutería.
El día ha acabado sin mucha pena ni gloria, ocupado todo él en cuestiones pequeñas, prácticas, que se habían ido acumulando en los días anteriores. He dicho antes unas cuantas de esas cuestiones prácticas, pero había muchos más satélites menores orbitando alrededor de las gestiones ya mencionadas. Todas esas cuestiones prácticas trato de hacerlas desaparecer de mi mente, de no pensar en ellas, y centrarme en la obra que esté escribiendo ese día. Pero llega un momento en que esos pequeños asuntos se te acumulan sobre la mesa de trabajo en forma de selva de papeles, o se acumulan sobre el mostrador de la cocina, o en el recibidor en forma de cajas o de bolsas de plástico que esperan su momento. Llega un momento en que ya no es posible responder: después.
Pero no he hecho las cosas que realmente me gustaría hacer. Aunque hay una cosa que sí que me gustaría hacer. No os lo vais a creer. Pero me gustaría mucho dar un paseo, charlar, cenar, lo que sea, con Alex de la Iglesia. Y es que soy un gran admirador de este gran cineasta desde que vi La Comunidad. Ésta película y El Milagro de P. Tinto me hicieron reír. Últimamente valoro mucho a aquellos que me hacen reír. Si alguien sabe cuál es su productora, decídmelo y le llamaré.
Estoy seguro de que me lo pasaré mejor con él con el Papa si éste me invitara a merendar. Porque seguro que el Papa no me iba a poner el brazo sobre los hombros e iba a empezar a bromear hasta hacerme caer por los suelos de risa. Y es que el Papa como cómico, permitídmelo, no hubiera hecho carrera. Esa sonrisa deslavazada, esos ojos atónitos, ese andar encorsetado.. lo suyo era el papado, no hacer reir al mundo. Mientras que Alex con su gordura, con su malvada ironía. ¿Os imagináis un Papa que hiciera gala de su malvada ironía? Terrible. Lo que en unos es virtud en otros sería, como dicen los ingleses, terrifying. Por eso muchos de mis defectos, en mí son virtudes o cuasi virtudes. Examinaos, hijos míos, y veréis que muchos de vuestros defectos, en realidad, son “indisposiciones”. Sí, indisposiciones y peccata minuta. Yo desde este blog hoy os ofrezco mi comprensión. Sí, os ofrezco en este blog mi comprensión, una mano amiga, y té y simpatía. Pero que este post tampoco os haga pensar que todo el monte es orégano.