Ya escribí en un artículo, que se puede encontrar en
mi libro Ex scriptorio, que lo ideal
es que los obispos eméritos continuaran en la diócesis una vez que su renuncia
ha sido aceptada. La función eclesial que allí desempeñarían ya la expliqué en
su momento.
Pero hoy me voy a dedicar a explayarme en una de esas
fantasías pontificales que son tan de mi agrado. Hoy, en concreto, le toca a la
cuestión del protocolo que podría seguirse a la muerte de un obispo. Por supuesto
que este guion se puede seguir íntegra o parcialmente; o puede no seguirse en
absoluto si uno prefiere la sencillez y espontaneidad. Pero, como considero que
hay que engrandecer la figura del obispo emérito, allá van estas ideas.
Primero:
En la habitación del hospital, nueve sacerdotes (si es posible revestidos con
sotana y estolas) realizarán los ritos de la unción de los enfermos en el modo
solemne que se describe en mi libro La
magna unción final.
Segundo:
Tras la muerte, un sacerdote con dos testigos levantará acta de cómo fueron sus
últimos momentos, de sus últimas palabras, de sus últimos sufrimientos. Esa
acta tendrá dos copias, una se expondrá en la catedral para que todos puedan
tocarla y leerla. Esa acta será una obra caligráfica bella, con su sello rojo y
su letra inicial. Esa obra pasará después a las parroquias que la pidan. Será
un modo de recordar al pastor que ha fallecido. De este modo, se hará patente
también la grandeza del episcopado. Esta acta está pensada para que pueda ser
leída por los fieles, tocada, pasada de mano en mano. La gente siente gran
atracción por este tipo de documentos peculiares.
Tercero:
Tras levantar acta, se llamará a la catedral de la diócesis.
a. Comenzarán
los toques fúnebres de las campanas.
b. Un
sacerdote u otro ministro, solemnemente revestido, rezará un responso ante el
altar mayor. Los fieles presentes en el templo serán invitados a unirse a este
responso.
c. Desde
ese momento, las siguientes horas canónicas (durante 24 horas) serán del oficio
de difuntos. Los que las presidan lo harán con capas pluviales negras.
Cuarto:
Tras levantar acta, en el hospital, la segunda llamada será al secretario del obispo. Este hará entrega de los anillos y las cruces
pectorales para la sacristía catedralicia. Las mitras y báculos también en el
caso de que se hallasen en la residencia. Lo lógico es que los anillos y cruces
pasen al sucesor para su uso como símbolo de continuidad o que queden en la sacristía
como recuerdo del paso de ese obispo.
La entrega se hará con toda solemnidad, ante el
cabildo catedralicio. Además de las cruces y los anillos, hará entrega del
sello episcopal. El cual debe ser entregado en la sacristía tan pronto le sea
posible al secretario.
El sello de tinta se destruirá completamente con un
martillo. Destrucción que tendrá lugar ante el cabildo que hará la función de
testigo. En ese momento, se leerá el testamento si lo hubiere. Se acabará con un brevísimo responso.
Quinto:
Recepción en la catedral del féretro por parte del cabildo. A partir de ese
momento, las horas canónicas se rezarán en torno al ataúd. El féretro será
colocado en una capilla, en una nave lateral o en un lugar similar.
Sexto:
Traslación del ataúd ante el altar mayor para la misa exequial.
Séptimo:
Traslación a la cripta para su inhumación.