Uno sabe que ha llegado a
la vejez cuando con los amigos se cumple la Ley de la conversación
senil en tres fases. Esta ley es invención mía.
En la primera fase, siempre se habla de la salud: estoy
perdiendo la memoria, estoy engordando, el colesterol.
En la segunda fase, se habla de lo mal que está todo. Uno se
parece un poco a los cascarrabias del palco de Los Teleñecos (The
Muppets Show).
En la tercera fase, muchas veces precedida por las palabras te
acuerdas..., se habla de lo maravilloso que era el mundo, la vida y España
en la época de nuestra infancia y juventud. En esas conversaciones, el planeta
era una Arcadia feliz hasta que llegamos a los treinta años. Entonces, todo
empezó a torcerse. Cuando cumplimos cuarenta años, ya habíamos entrado en una
edad de hierro. (Ahora, con peste, ya ni digo nada.)
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Hoy están filmando una
serie de televisión justo debajo de las ventanas de mi casa. Todo el rato me
estoy asomando a ver qué hacen. Debo aparecer dos docenas de veces mirando entre
las cortinas, como la famosa figura de la vieja del visillo.
No sé de qué trata la
serie, pero miro con una mirada siniestra de película de terror de los años 70.
Una mirada profunda entre Hitchcock y La noche de los muertos vivientes.
Y es que, de verdad, no hay efecto especial que sea tan siniestro como una
vieja con mirada de psicópata mirando entre los visillos.