La situación de un
presidente de los Estados Unidos que pone en duda los resultados de las urnas
no tiene ningún peligro constitucional: los tribunales dirimirán todo sin
problema. El edificio es totalmente sólido.
Ahora bien, los disturbios
populares que puede provocar una declaración en ese sentido, eso sí que puede
ser muy grave.
Convendría que hubiera
una reunión de las grandes cabezas del partido demócrata y republicano para
llegar a un acuerdo ahora y reformar los reglamentos que haya que reformar,
antes que hacer el experimento de comprobar si en una nación de 328 millones
puede haber veinte o diez personas que hagan cualquier barbaridad en nombre de
la democracia.
Insisto, debería haber un
acuerdo bipartisano para hacer lo que sea en orden a que no haya ni el más
mínimo atisbo de duda en este campo.
Estoy seguro de que no
hay ninguna conjura, ningún complot, para hacer trampas de forma global con el
voto por correo. Si algo hay, será anecdótico. Pero el particular sistema electoral
de Estados Unidos se presta a que, en un determinado estado, una cantidad muy
pequeña de votos cambie el sentido de la victoria a nivel nacional. Bush II
obtuvo la presidencia por unos pocos cientos de votos.
Antes de que haya algún
asesinato que lamentar de algún exaltado (si se dan todas las condiciones para un huracán político la noche de las elecciones), conviene que se llegue a un perfecto
y total acuerdo sobre este tema. Un acuerdo entre los dos partidos, algo que,
de ninguna manera, Trump podría poner en cuestión.
Dejando claro que estoy
seguro de que no hay ningún complot, sí que es cierto que el voto por correo es
un eslabón bastante débil del sistema electoral. Las garantías respecto a la custodia
de esos votos no son, ni de lejos, las mismas que las de los votos depositados
en una urna. Habría que pensar y repensar el sistema. No solo en Estados
Unidos, sino en todas las democracias. Seguro que hay algún modo por el que no
quepa ni el más mínimo asomo de duda respecto a esos votos. Pero hay que pensar
cómo hacerlo.