Nunca os había contado
una historia que sucedió hace unos tres años. Yo estaba pagando en el
supermercado de un centro comercial muy grande. Mientras esperaba a que me
diera ya la cuenta, me fijo en que a unos diez metros había otro cajero (de
unos veinte años) que parecía gemelo del que me estaba cobrando.
Se lo comenté: ¿Sois
gemelos?
Daba por supuesto que iba
a decir que sí.
Me contestó: No que yo
sepa.
Me dejó claro que no eran
familia. Pero yo, cuanto más miraba a los dos, más idénticos me parecían. No es
que hubiera similitud, eran dos gotas de agua. Pero el cajero que me atendía me
lo había dejado claro: no tenían nada que ver entre ellos. Lo dijo sin dejar
lugar a dudas.
Me fui al aparcamiento
con mis bolsas, pensando que el cajero me había hablado con sinceridad, pero
que eran demasiado iguales. Hacía poco había leído acerca de gemelos separados
que se reencontraron casualmente.
Mientras metía la compra
en mi coche, pensé que me gustaría tener una excusa para echar otra hojeada a
ambas caras. ¿Pero qué excusa podía alegar para regresar?
Entonces, me doy cuenta
de que se me había caído la bolsita pequeña donde llevaba las llaves de mi
casa. Las llaves estaban en mi bolsillo, pero la bolsita con cremallera no.
¿Se me habrían caído
junto al cajero? Regresé y, efectivamente, allí estaba la bolsa en el suelo. Me
volví a fijar y era cierto: eran iguales.
Lo curioso es que yo
había buscado una excusa para regresar y ¡se me había caído allí una cosa del
bolsillo!
Me dieron ganas de fijarme en los lóbulos de las orejas, en el tipo de nariz. Pero me di cuenta de que el cajero ya me empezaba a mirar como el que mira a alguien que se cree Napoleón o cosas parecidas, así que dejé correr el asunto: recogí la bolsa y me marché.
No deja de ser inquietante que hayas cobrado a un cliente y este se te quede mirando a seis metros, fijamente. Eso es más siniestro que la vieja del visillo.
Pero es curioso, quise
volver y tuve que volver. ¿Serían gemelos y no lo sabían? ¿Sólo eran dos
personas casi idénticas sin familia?