Por continuar
con el tema de los dos pasados posts, el tema de la Bestia es algo que, en mi
caso, me cambia el modo de “estar” en el mundo. No es lo mismo vivir en una
época de “oasis espiritual”, donde todo va a mejor, también la economía; que
vivir en una época de “etapa final” donde la la acumulación de lastres morales
conduce a una tempestad. Esa tempestad conlleva también un terremoto económico.
Es curioso,
la moralidad es lo mejor para la economía de una sociedad. La inmoralidad tiene
su perjudicial repercusión en la economía o, al menos, en el reparto de la
riqueza. Es una regla general, pero no conozco excepciones históricas.
Vivir en la
etapa final del orden en el que crecí me lleva a ver todos los logros mundanos con
más desafección. Nací, en un mundo dividido, bajo la Pax Americana. A partir
de cierto momento, viví en un planeta unificado, globalizado. Un mundo en el
que, por ahora, solo va creciendo un gran coloso que es una distopía perfecta
para el siglo XXI. Una distopía expansiva que, no lo dudo, ejercerá, cada vez
más, una presión mayor para que las democracias se vayan marchitando.
Así que todo
lo veo con desasimiento, con paz. No exagero si digo que nada me turba. Como un bizantino que supiera que Constantinopla está perdida y que solo hay que sentarse a esperar.