La primera misa del grupo fue celebrada en la capilla
de la Terminal 1 del Aeropuerto de Barajas. La segunda en la iglesia de unos
franciscanos, menudo aguacero nos cayó a la salida. La tercera misa en una
iglesia atendida por una comunidad de salesianos.
También fuimos a unas cisternas subterráneas, con más
de treinta impresionantes columnas. Pero no era la cisterna grande, la que
tiene por nombre Yerebatan, también llamada Cisterna Basílica, que
aparece en la película Inferno, sino una más pequeña, la de Serefiye. La
cisterna más grande estaba cerrada debido a trabajos de restauración. Hubo un
larguísimo espectáculo de luces que se me hizo demasiado largo. Al final no
hacía más que pasear discretamente deseando que el espectáculo acabara.
Las cisternas de todas partes del mundo son espacios
formidables. En mis catedrales (las que he imaginado) siempre debería haber una
cisterna para recoger el agua de lluvia. Y a esa cisterna debe ser posible bajar
por una escalera. El agua, la oscuridad total, la desnudez del lugar. Sí, toda
gran catedral debería tener una cisterna que se vaya llenando con agua de la
lluvia.
Tras dos días en la fascinante Estambul, partimos en
avión hacia la Capadocia.
Seguirá mañana.