Esta es otra cubierta de los primeros tebeos que tuve.
En el seminario, una vez, soñé que iba a la Biblioteca Nacional y que allí
tenían todos los queridos números de la Colección Dumbo de mi infancia, y que
pude leerlos con grandísimo placer.
Recuerdo que le comenté este sueño a un sacerdote con
el que convivía en el seminario. Se lo comenté como una curiosidad. Y él, que
era muy serio, me dijo que con el tiempo aprendería qué cosas eran importantes
y qué no lo eran.
No le juzgué lo más mínimo. Pero me llamó la atención que, en su comentario, no existía la más mínima comprensión hacia un comentario acerca de la infancia. Al revés, en su comentario había dureza.
Se trataba de un hombre muy serio, siempre serio, que
jamás manifestó un detalle humano. Para él todo era deber, trabajo,
responsabilidad. (No estoy hablando de don Tomás Belda si alguno lo estáis
pensando.) Solo estuvo un año en el seminario. Pero se trataba de una persona a
la que era difícil tener afecto.
Aquel hombre de treinta y tantos años parecía más un
mueble que un ser humano con corazón. Tanta rigidez lejos de animar a la
virtud, alejaba. Algunos piensan que la santidad es una cosa inhumana. No. ¡Es
sobrehumana!, pero siempre comprensiva con lo humano. Es sonriente, acogedora.