Me gustaría compartiros
algunas cosas más sobre mi novela El libro del fin del mundo. Hay libros
que son fruto del trabajo, meros frutos del trabajo, mientras que este libro es
un libro visitado y revisitado durante toda mi vida. Cuando esto sucede, el
libro se convierte para el autor en un “lugar”, en un espacio para pasearlo, un
sitio entrañable que se va decorando a gusto, que se va reformando y ensanchando.
De manera que este no es
otro libro más en mi vida, sino el libro en el que he volcado mis pasiones
favoritas. Otros han descrito barrios marginales de Barcelona, la vida en una
fábrica de Berlín, los tormentos de una mujer oprimida. En El libro del fin
el mundo recorro la escolástica, las iluminaciones de los pergaminos, los
bestiarios, una biblioteca parisina, el paso del tiempo: las cosas que me
gustan, las que me interesan, las que despertaron la curiosidad desde mi
juventud. Es un libro sobre las cosas en las que me he complacido durante años.
El libro del fin del
mundo no trata del apocalipsis, sino que en cierto modo trata del tiempo. El tiempo
como gran protagonista. El otro protagonista es el mundo, la materia, lo que
existe en toda su fascinante diversidad.