Pensaba dejar ya el tema
del Opus Dei definitivamente, pero voy a hacer un último favor a la prelatura:
vamos a analizar estéticamente la iglesia de Villa Tevere. ¿Y por qué digo que
es un favor? Porque nada agradecemos más los escritores que el que nos digan
nuestros errores. (Muchas gracias por tus favores.
¡Puedes guardártelos en el fondo de tu cabeza!). Además, el análisis
estético de esta iglesia puede servir para futuros grandes proyectos que ellos
realicen. (Sí, claro, vamos a tener en cuenta tus…
para nuestros proyectos).
Comencemos diciendo que
la iglesia es muy bonita, realmente bonita. Se nota cuando se mete dinero en
algo. Esto no es una crítica: para Dios lo mejor. Es como una película en la
que se nota que no se ha reparado en gastos de decorado, vestidos y extras.
La iglesia es preciosa,
pero fijémonos en lo que considero desaciertos. Las ventanas hermosean
cualquier templo. Pero, desde la primera vez que vi esa iglesia, pensé que el
arquitecto debía ser hijo de alguien que hacía ventanas. “Cubrir” con ventanas
las paredes de un templo no parece la opción más sensata. Puede haber alguna
excepción: por ejemplo, una iglesia en mitad de un bosque, una iglesia
enclavada en una zona de preciosas colinas. Pero si, encima, las ventanas
tienen luz artificial detrás, pues es la peor opción.
Después está la impresión
de explosión de color que uno tiene al entrar. Hay iglesias en las que esa
saturación tiene un propósito, como en la iglesia románica de Bagüés o en la
Iglesia de San Pedro de Viena. Pero una explosión de color debe tener una razón
de ser porque si no, ofrece una sensación de agobio, de opresión cromática. En
la de Villa Tevere no se acaba de ver la razón iconográfica, de estilo
arquitectónico, detrás de esa selva de colores. Solo con otros colores el
espacio ofrecería una impresión mucho más serena.
El siguiente aspecto que
resalta nada más ver la iglesia, nada más echar la primera ojeada, es la
desproporción entre el baldaquino y el espacio en el que se enmarca. Ese
baldaquino me parece precioso, pero no guarda armonía alguna con el
emplazamiento. Si observamos todas las iglesias el mundo, observaremos que hay
una especie de regla aurea entre el presbiterio y su baldaquino. Hay unos
márgenes razonables, pero esa regla se cumple. Se cumple hasta en la catedral
ortodoxa de Cristo Salvador en Moscú. No voy a hacer ahora un artículo del
porqué de esas proporciones áureas, pero ese baldaquino de Villa Tevere no
mejora el espacio, sino que lo invade.
Sobre las bancadas no
añadiré nada a lo ya dicho extensamente ayer. Y me ahorro mi opinión sobre el
via crucis de las paredes. Con la cantidad de via crucis tan bonitos que he
visto en mi vida. Y, por último, el ábside. Un ábside precioso, pero que muy
bonito. Ahora bien, la estética medieval del ábside no tiene nada que ver con
el resto del templo. Son dos conjuntos artísticos pegados (la nave y el ábside)
sin conexión estética entre ellos. Son dos mundos cuyo único punto de unión es
un baldaquino invasivo.
La sede del prelado me
parece que no puede ser más bonita, es realmente muy hermosa. Ahora bien, la
estética de la sede no pega nada con el cuadro que le han puesto encima, ni con
los mosaicos de alrededor. Es un cuadro que es una delicia, con un marco de
ángeles que lo realza muchísimo más. Sería el centro perfecto de una capilla
dedicada a María. Pero sobre esa cátedra, en medio de esos mosaicos, es un
elemento pegado sin orden ni concierto. Artísticamente hablando, la sede es un
canto. Los mosaicos del ábside de por sí, son otro canto. Añadir un tercer
canto sin establecer una armonía entre los dos anteriores sería un desastre en
una partitura; pues allí también. Ofrece una sensación acumulativa, pero no de
concierto de elementos.
El artesonado sí que es
muy adecuado porque ofrece un descanso visual en mitad de una agregación de
arias. Pero el suelo de la nave es una prima donna que tiene plena
conciencia de que allí no se puede valorar bien. Ese suelo estaba justificado
en el presbiterio, pero repetirlo tal cual en la nave recuerda a los que al
pedir postre les preguntan si quieren un chorrito de chocolate sobre el helado,
y responden que el helado flote en el chocolate. El suelo es impresionante;
pero menos, a veces, es más. No estoy diciendo que se hiciera un suelo de menor
calidad en la nave, sino que el lugar se prestaba a una variación, no a una
repetición. Y es que el suelo de la nave es un importante factor de agobio de
colores en un espacio tan pequeño.
Podría hablar de otros
elementos menores dignos de crítica, pero es más difícil dar mi opinión sin que
veáis las fotos. Pero, por favor, que quiten ese relieve de san José María
Escrivá que hay enmarcado a la izquierda del presbiterio. La iglesia que he
criticado es bella, muy bella, ese relieve desdice totalmente del lugar.
¿Por qué me he tomado
tanto interés en hacer esta crítica? Bueno, aquí enlazaría con el tema de la
estética de las capillas del Opus Dei. Pero no, ya me he alargado demasiado. Y
no sé si me animaré mañana. Lo digo con toda franqueza: no sé si afrontaré esa
tarea. Ya he recibido demasiadas cartas de numerarios recriminándome que por qué
no dedico diez posts a la estética de los neocatecumenales. (Es broma).
Carta de un enfadado: ¿Qué
pasa? ¿Los de Comunión y Liberación son todos unos hijos de Miguel Ángel?
Carta de otro enfadado:
Dedíquese a confesar y déjenos las iglesias a nosotros.
Carta de un tercer
enfadado: ¡Qué sabrá el rey de cuidar ovejas!