Yo he enviado a
muchísimas personas al Opus Dei. Me ofrece una total seguridad en su doctrina.
Sé que encontrarán un ambiente acogedor desde el primer día. Sus sacerdotes son
excelentes directores espirituales. Y la lista de elogios podría seguir.
Alguien pensará que ahora
voy a decir “pero…”. ¡Pues no!, no hay “pero”.
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El que yo haya
manifestado mi opinión respecto a su molde jurídico no quita todo lo demás.
Además, dicho el elogio
de lo esencial, me apetece fijarme en lo accidental. ¡Qué bonita es la casa generalicia
de Villa Tevere! Su iglesia es formidable, la zona de los sepulcros. Todo está
realizado con el más exquisito gusto. La verdadera clase huye de las
extravagancias (en el vestir pasa lo mismo) y huye del boato vano (propio de los nuevos
ricos jactanciosos). La estética siempre es fruto de lo interno. Y la estética
de ese lugar es, sencillamente, óptima.
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Hago notar que la sede de
la iglesia de la curia del Opus Dei se podía llamar “cátedra” mientras en ellos
hubo obispos. ¿Se puede seguir llamando “cátedra”?
En mi opinión lo correcto
sería llamarla “sede”. Pues bien, esa sede es todo un poema de belleza.