La foto es la página final de la constitución española. No pensaba escribir ni
una palabra más sobre las constituciones. Pero me resisto a dejar el tema, porque
cuántos son los sufrimientos que provoca una
mala carta magna. Los curas hablamos de los pecados. Pero un texto
constitucional deficiente puede ser causa continua
del triunfo de la codicia, de la inactividad endémica, de abusos del Poder, de
abusos de los más ricos.
Y no me estoy refiriendo
a constituciones de pacotilla, aquellas
creadas como mero escenario de cartón piedra para un tirano; sino de aquellas que
sin mala voluntad de los padres constitucionales (pobrecillos, no dieron más de
sí) son textos averiados, textos que son causa de remolinos, de puntos ciegos,
de conflicto endémico.
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En una constitución ideal
para el siglo XXI, no estoy nada a favor del sistema norteamericano de
contrapesos, el famoso check and balance. Es un sistema que se presta a
la parálisis del entero mecanismo.
Por supuesto que una división
de poderes que cree cámaras estancas en las que sus miembros se eligen por cooptación,
antes o después, se corromperá.
En mi libro La
decadencia de las columnas jónicas expuse la que, a día de hoy, me parece
la mejor opción: cámaras independientes en las que los miembros de cada una son
escogidos de por vida y por consenso por la cámara precedente. Mantengo una
latente esperanza de que la constitución forteniana algún día sea el texto
jurídico que rija los destinos de los venezolanos en la época post-Chávez. Tal
como lo está haciendo Boric, no descarto que mi constitución algún día se
implante también en un Chile post-Bóric para poner punto final al engendro
constitucional que ese señor está gestando. Ese proyecto de Boric me recuerda a
la serie V. En la que tras nueve meses de gestación lo que salió del vientre de
la madre fue un lagarto con ganas de morder a todos.
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La constitución española
también tiene sus defectos, aunque muy menores si nos comparamos con otros
desgraciados pueblos. Ya he comentado extensamente esos defectos. Pero una
carencia que no había comentado nunca es que en el futuro, no ahora, el Tribunal
Constitucional podría convertirse en la cuarta instancia que sirviera para
anular cualquier sentencia que no le agradase a un partido hegemónico en el
congreso con poder para copar los puestos de esa institución.
Hasta ahora el Tribunal
Constitucional ha estado y está formado por jueces independientes de indudable capacidad.
Pero si un partido (o coalición) lograra hacerse con ese tribunal, y no tuviera
pudor, podría hacer de su capa un sayo. Este es un punto que debería
haberse trabajado más en la constitución, lo mismo que la elección de miembros
del Consejo del Poder Judicial.
Pero por esas razones y
otras muchas (ya expuestas en otros posts) se puede afirmar que los padres
constitucionales dejaron unas cañerías que funcionan, pero cuyos recodos era
más que previsible que producirían goteras y atascos.
La voluntad de nuestros
padres constitucionales más fue la de lograr un consenso político que de pensar
en todos los escenarios posibles futuros.
El cortoplacismo al
escribir una constitución es siempre un fallo grave. La lista de goteras en nuestra
instalación es mucho más larga. Pero, bueno, dado lo que se reunió alrededor de
la mesa de negociaciones, podemos hasta dar saltos de alegría.