viernes, enero 27, 2012

Helder Cámara (III)




Cuando uno no está centrado en Jesús de Nazaret, se cae en los ritos. Otros caen en la ley, en el amor a los estucos eclesiásticos, en los trapos. Qué fácil es hacer del medio un fin. Qué fácil es quedarse en la cáscara. Helder fue a la esencia, al núcleo.

La Teología de la Liberación, que fue lo que rodeó al buen arzobispo, nunca entendió que esa teología era un tipo de iconoclastia, que no era un retorno al principio, sino un viaje a Moscú.

Cuando veo a un obispo con una cruz pectoral pobretona, un anillo que da pena y todo él sumido en la miseria, es algo que me edifica, que me da devoción. Pero pensar que todos los obispos tienen, por obligación, que ser así, es un error, un gran error. El rito, la liturgia, también son parte del plan de Dios, no un accidente en el camino.

Me da devoción la sencilla capilla de seis franciscanos en un campo, pero también la abadía benedictina de cien monjes con un culto magnificente. Prefiero una Iglesia en la que existe Helder Cámara abriendo la puerta de su casa a las visitas, y la Guardia Suiza formando en el Portón de Bronce. Las salas pintadas por Rafael no son una traición a San Francisco. Allí está el error. Pero Helder Cámara tampoco es una traición a Pío XII. Ahí está el error de los integristas.
El tradicionalismo es malo, pero el cristianismo versión Moscú también. Algunos que hoy se las dan de modernos, siguen sin aprender de los errores del pasado cercano. De todas maneras, tampoco importa mucho, ya que la Teología de la Liberación nos ofrece sus últimos coletazos en las lagunas de Internet, últimos rincones del planeta donde ha sobrevivido. Ahora lo que se lleva en muchos ambientes es una teología liberal, a la cual le importa un bledo lo de la liberación, que suena a jungla, a metralleta y a olor proletario.