Ayer mi
querido corrector de la novela (la única
persona a la que literariamente debo obediencia) me
señaló que el nombre Sion no lleva tilde. El ser humano es el único
escritor que tropieza una docena de veces en la misma piedra.
Como ese
nombre aparece unas cuantas veces repartido por las 2300 pgs. de mi novela,
decidí usar la opción automática de Word para sustituir una palabra por otra:
Buscar “Sión”, sustituir por “Sion”.
Así lo hice
con los siete archivos de mi novela. Una vez que había acabado de hacer esta
operación y ya había cerrado los documentos Word. Insisto, una vez que ya había
cerrado los documentos, este detalle, como en las novelas policiacas resultará
relevante para la historia. Me percaté de un pequeño detalle, un mínimo e
insignificante detalle: ¡No había puesto un espacio delante de la palabra! Un espacio, solo con que hubiera puesto un espacio no hubiera perdido horas de trabajo.
Al momento,
me di cuenta de lo que eso significaba. Todas las palabras en las que apareciera
la sílaba sión, se sustituirían por sion. No iba a sustituir la palabra,
sino la sílaba. Horror. Centenares y centenares de palabras repartidas por
miles de páginas:
división
conversión
circuncisión
ilusión
visión
etc., etc.,
etc.
Y no bastaba
con volver a sustituir esa sílaba por la anterior, porque conversión
lleva tilde, pero conversiones, no. Dígase otro tanto del resto de las
palabras. Así que, tras valorar todas las opciones, no quedaba otra solución
que revisar, una por una, cada palabra con esa sílaba y cambiarla
manualmente: dos horas de trabajo.