sábado, enero 16, 2021

Este conejito lo he encontrado en pleno centro de Madrid, en el Paseo de la Castellana

 

 Cambiando de tema y de conejitos, como ya os dije, el jueves acabé la novela. Si ese libro lo hubiera escrito en los años 70, es el típico libro que me hubiera cambiado la vida. Habría invitado a seis o siete amigos a una cena en un buen restaurante. Hubiera sido una cena de celebración. No con mucha gente alrededor de la mesa, la conveniente para charlar cómodamente, para alegrarnos de que ya solo quedaba sentarse y esperar que el libro eclosionase y se viese en los escaparates de las librerías.

Si no hubiera sido sacerdote, me hubiera ido con alguien a un viaje al extranjero. Un viaje de merecido descanso. Quizá el norte de Francia o un recorrido tranquilo por Gales. Los grandes escritores daban la vuelta al mundo. Yo me hubiera conformado con recorrer en coche la Normandía. En esa época, no existía el coronavirus.

Si este libro se hubiera publicado en los años en que hacían furor Juliano el Apóstata de Gore Vidal, Memorias de Adriano de Yourcenar, Yo, Claudio de Robert Graves, entra dentro de lo posible que los beneficios por derechos me hubieran dado para vivir magníficamente durante diez años. Conozco autores que con un solo libro pudieron vivir principescamente toda la vida.

Sí, escribiendo se ganaba mucho dinero. ¡Ganaban hasta los autores de sociología! Lo cual hoy día parece bastante difícil de creer. Y ya no digamos nada de otro tipo de libros. Por todas partes recuerdo haber visto a Daniken, a Alvin Tofler (La tercera ola), Asimov podría haber construido una casa con lingotes de oro en vez de ladrillos (hipérbole).

Si hasta los libros aburridos de ensayo daban beneficios, ya no digamos nada si se trataba de novela histórica. Los beneficios de cualquier editorial mediana, en esa época, eran bastante grandes. Las editoriales buscaban autores, el negocio era rentable, todavía no había llegado el VHS. Había una cadena de televisión. Aunque, nominalmente, existía el UHF. Sí, la llamábamos así en casa, no segunda cadena.

El mismo libro, el mismo trabajo, y una situación tan radicalmente distinta. También se vendían muchísimos libros de espías. John Lecarré podría haber puesto los marcos de las puertas de su casa de marfil si hubiera querido. Todavía no estaba prohibido el comercio de colmillos. El Padrino vendió nueve millones de ejemplares, antes de la película. Once millones más después de la película. Y, probablemente, estos datos solo son del mercado de Estados Unidos. Al cambio, hay que contar con la inflacción, imaginad que gana un euro por ejemplar. Sí, once millones de euros dan para vivir unos cuantos años.

Sería tan bonito si yo pudiera decir: “Con mi novela sobre Pablo, he construido una catedral nueva en Madrid, no me gustaba la que había. Una abadía, no había en mi monasterio. Y he construido una torre renacentista en la residencia de mi obispo. Vivo en ella, pero cuando muera, quedará para la diócesis”.