Si matando, persiguiendo a la Iglesia, torturando,
robando y oprimiendo la posibilidad de que se nos otorgue la salvación eterna
fuera exactamente la misma que orando, ayunando, sacrificándose y viviendo en
pobreza, entonces el camino del Bien y la virtud sería un camino que llevaría
al Cielo lo mismo que el camino del mal y del vicio.
O dicho de otra manera, a la inversa, el camino del
Bien y la virtud conduciría al infierno exactamente lo mismo que el camino del
Mal y del vicio.
No sé, pero tengo la sospecha de que la Biblia no
dice exactamente eso, ni algo parecido, ni algo que lejanamente suene a eso. Si
no recuerdo mal, ¿Jesús no nos habló de dos caminos, uno de los cuales llevaba
a la salvación y el otro a la condenación?
Si todo da lo mismo, como pretenden algunos,
prefiero llegar al Cielo por el camino más cómodo posible. Pero no, no es así.
Las cosas no son así, porque Dios no es así. Yo creo en el Dios de la Biblia,
no en el Dios del buenismo. A los buenistas les da lo mismo todo, porque a su
dios le da lo mismo todo.
Sin embargo, os aseguro que al Dios de Abraham, de
Isaac y de Jacob NO le da lo mismo todo. Cada acción tiene sus consecuencias. Y
hay acciones que tienen consecuencias eternas. Hay acciones que matan el alma.
Hay actos que llevan al infierno.
Jamás he afirmado que Fidel Castro esté en el
infierno. Ni lo he dicho ni lo he escrito ni lo pienso. Sólo digo que Fidel
Castro, después de toda una vida repleta de acciones gravísimas, acciones que
llevan a la condenación eterna, sin que nos conste su arrepentimiento en ningún
momento de su larga vejez, ha afrontado el juicio inapelable y riguroso de
Dios. Sólo he dicho eso y nada más que eso. Nada sé del juicio divino acerca de
esa alma en concreto. Pero del juicio en general sé lo que nos ha dicho Dios: porque el juicio será sin misericordia para el
que no ha mostrado misericordia (Santiago 2, 13).
¿Dónde está Fidel Castro ahora? Os lo voy a decir,
porque os aseguro que lo sé: o está en el lugar donde hará penitencia y no saldrá hasta pagar incluso la última pequeña
moneda (Lucas 12, 59), o está en el lugar donde ya no tiene que hacer
ninguna penitencia, porque la sangre de Cristo no fue derramada por él y su
nombre no se encontró en el Libro de la Vida.