jueves, julio 11, 2019

Obispos, obispos, obispos





Mañana hablaré de mi visita al Monasterio del Paular. He compartido con ellos la festividad de san Benito. Siempre que he entrado bajo su techo, he sentido verdadero afecto de parte de su prior y de su comunidad. No solo hospitalidad, sino verdadero afecto.

Ni hoy ni mañana pondré fotos de la gente que estábamos. Siempre soy respetuoso de la intimidad de las personas. Si en los próximos días pongo fotos con más gente serán las que se vayan a subir a la web del monasterio.

Ahora sigamos con el post sobre los obispos que viene de ayer.

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El obispo nunca debe crear una cierta distancia entre él y el sacerdote que le habla. Algún prelado puede pensar que para reafirmar su autoridad es bueno no dar excesivas confianzas.

Craso error. Error que ha causado muchos sinsabores y ningún fruto. La simplicidad, la afabilidad, la cercanía siempre son virtudes en el que debería ser padre de los sacerdotes.

El obispo puede actuar con la máxima sacralidad en los grandes pontificales. Cuando ejerce como sumo sacerdote de su diócesis, puede revestirse con la mayor magnificencia.

Pero, acabado el acto litúrgico, sus vestiduras son sencillas como las de cualquier sacerdote: una simple sotana, una cruz pectoral, un anillo. Precisamente por esto, soy de la opinión de que es bueno tener una crux pretiosa para las grandes misas y un anillo especialmente bello y rico para los actos litúrgicos. Pero, en la vida ordinaria, el pectoral y el anillo, deben respirar sencillez. Sobria belleza, pero nunca lujos que expresen jactancia.

Con esto no digo que no se vista con la sotana filetata o con la sotana de color fucsia en ocasiones. De ningún modo digo eso, porque cuando el obispo se viste con esas sotanas especiales lo hace como servicio, es decir, lo hace para dar más esplendor a un acto. Y, por supuesto, que otorga más prestancia a un acto vistiendo de un modo especial.