Los post de
los últimos días se basan en este vídeo:
https://www.youtube.com/watch?v=e2aUvhfWM3w&t=396s
Este vídeo me
parece fascinante. Mi dedicación a la teología no le llega ni al tobillo a este
arzobispo emérito. Eso sí que es dedicarse a la teología toda una vida. Pero
ver ese vídeo me animó a explicar mi pequeño itinerario.
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Por acabar el
tema que comencé hace dos días, mi evolución teológica, diré algo más. Buena
parte de mi vida me basé en santo Tomás de Aquino y Michael Schmaus. Por supuesto
que estos fueron dos pilares esenciales a cuyo alrededor había otros muros,
columnas y contrafuertes: Royo-Marín, Prummer, Nolding, Dentzinger y los manuales
de la universidad. Su manual de metafísica tuvo una influencia profundísima
hasta el día de hoy.
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Hice la licenciatura
en teología, pero en medio de mucho trabajo como párroco. No solo no disponía
de tiempo para dedicarme a descubrir nuevas regiones teológicas, sino que,
además, todavía no era yo muy maduro. No aproveché la oportunidad que esos
profesores me brindaron. Pero, insisto, no era solo la falta de tiempo, también
fue una clara falta de disposición por mi parte. Tampoco debo ser muy duro
conmigo mismo. Creo que buena parte de mis compañeros, no todos, estaban en la
misma situación que yo.
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La teología no
avanzó en mi mente absolutamente nada durante los años siguientes. Leía espiritualidad:
Relatos de un peregrino ruso, Filocalia, La Parábola del Hijo Pródigo. Pero no
leía teología. Varias veces intenté adentrarme en las obras patrísticas. Pero reconozco
que, por más que lo intenté, no suscitaron mi interés.
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Durante el
doctorado en Roma, descubrí la teología centroeuropea del posconcilio. Todo un
descubrimiento. También todas las obras académicas de autores protestantes. Todo
esto me abrió horizontes insospechados. Roma también supuso el descubrimiento
de las Sagradas Escrituras. Las llevaba leyendo desde mi primer año de
seminario, pero ahora aparecían con un fulgor deslumbrante, como sorprendente
fuente de teología.