Yo soy
sacerdote y, por tanto, lo que voy a describir solo es una cierta “fantasía”. Una
fantasía al alcance de pocos, me temo.
Un viaje en
el que uno dice, por ejemplo: “Voy a recorrer Europa hacia el norte”. Salir con
los coches e ir parando en cada lugar que a uno le interese. Bien acompañado de
amigos. Unos seis u ocho, tampoco más.
Un viaje sin
fecha de finalización. Con alguien que pueda aconsejar bien dónde comer en cada
ciudad, pequeña o grande. Imaginemos también que uno se puede permitir
contratar un guía en cada ciudad. Imaginemos que uno puede permitirse un muy
buen hotel en cada parada.
Y que si los acompañantes
están cansados tras cinco días, se puede decidir pasar un día entero o dos leyendo
una buena novela, haciendo uso de la piscina interior climatizada.
Un itinerario
que puede ser de dos semanas o de tres o de un mes. Gastronomía, museos,
paseos, ejercicio físico, lectura. Todo de un modo relajado, sin preocuparse
del dinero.
¿Os he puesto
los dientes largos, eh? La realidad es que los millonarios, por regla general,
tienen un mal gusto formidable para gastar sus fortunas. Seguro que hay
excepciones. Pero la que he descrito es una manera muy agradable de emplear el
dinero. Un viaje como el del emperador Adriano. Un viaje como el de algunos
millonarios norteamericanos en los años 20.
Otra cosa es
que el dinero hay que usarlo en beneficio de los pobres. Pero un viaje así ya
lo creo que sería agradable. Aunque, la verdad, no nos engañemos, los viajes
baratos organizados... en fin, que se ve lo mismo y se disfruta de forma
parecida a precios proletarios. Lo digo en serio. Esto de los lujos asiáticos
está muy bien en una novela. Pero Florencia es igual la veas como la he
descrito o la veas de un modo barato.