Cuando hace algún tiempo
escuchaba que Pedro Sánchez buscaba perpetrar un golpe de Estado, siempre pensaba
en mi interior que tal afirmación era una exageración. Cierto que su persona era muy
perniciosa para el desenvolvimiento democrático. Sí, esto último resultaba evidente.
Pero ahora he cambiado de
idea: nunca imaginé hasta qué punto Pedro Sánchez no tiene límites. Le he
escuchado, ¡a él mismo!, he escuchado sus propias palabras; he visto sus acciones,
he visto cómo trata a los que no piensan como él.
Y ahora reconozco mi
error: Sánchez no tiene límites. La cuestión no es lo perjudicial que él resulte para la convivencia democrática, sino hasta qué punto es un elemento que busca
socavar los principios legales en los que se basa el desenvolvimiento
constitucional. Los hechos ya lo han probado: Sánchez no se detendrá ante nada.
Siempre he respetado a
los que no pensaban como yo, siempre. Nunca he dejado de defender la libertad de
aquellos que piensan de forma radicalmente distinta a la mía. Pero mi advertencia
es acerca de la persona que ahora domina en el parlamento, en el
senado, en la rama del poder ejecutivo y en la mitad de los integrantes Tribunal Constitucional: ¡no conoce barrera moral alguna!; será capaz de todo con tal de seguir aferrando
el poder en sus manos. Ahora lo he visto con meridiana claridad.
Su paso va significar un cambio radical en el modo en que hasta ahora se ha llevado a cabo la alternancia de partidos en el poder. La mitad de la ciudadanía sigue dormida, pero el cambio que se ha producido les afectara a todos y cada uno de ellos. Los ciudadanos que votan pudieron elegir entre lo que había hasta que llegó él a la presidencia, o una mano fuerte progresista que no tiemble en imponer la apisonadora de una ligera y transitoria mayoría en el congreso.
Las
estadísticas muestran cuántos son los millones de ciudadanos que ahora prefieren esa mano fuerte
que vacile en someter a los demás. Las estadísticas muestran lo triste de este
adormilamiento. Cuando se despierten, será demasiado tarde. Su régimen cada vez
será más autoritario, cada vez se aplastará más al adversario político. Su presión
sobre los medios de comunicación progresivamente se incrementará hasta el
estrangulamiento. Un nuevo Erdogan ha comenzado a sacar su garra fuera del huevo.
Algunos me acusarán de ser un mal pastor, de intromisión inadmisible en la política, de sentir vergüenza por mí, pero yo me limito a advertir acerca del huevo de la serpiente. Yo ya he cumplido con mi deber moral. Ahora solo queda que el huevo sea incubado, porque lo que está claro es lo que se agita detrás de la cáscara. Ahora ha sacado un poco su garra, y las uñas que hemos visto en ella nos han asustado.