Creo que esta ocasión se
presta para hacer una semblanza del papa Benedicto. Hombre tranquilo de
costumbres fijas. Personalidad ordenada, fiel a los horarios. La teología más
que su trabajo fue su vida. Conocía y amaba la tradición, pero siempre estuvo abierto
a todo progreso.
Mente siempre abierta a
la escucha. Sin duda le gustaba tomar las decisiones de un modo colegial. Hombre
flemático, amante de los paseos por los jardines vaticanos.
Hasta que yo fui a Roma,
mi relación interna con el papa Benedicto era de obediencia eclesial, pero eso
era todo. Mi relación era fría. Sin embargo, durante mi doctorado en la Urbe,
desde la primera vez que lo vi, sentí que era como un padre espiritual, sentí
su paternidad hacia la Iglesia y hacia mí en concreto. Y desde ese momento
sentí un tierno afecto filial. Ya no era solo una figura jerárquica, solo una
figura dotada de un status eclesial, sino que se añadió el afecto, en mi
corazón sentí esa paternidad.