Como habrán notado en
este blog, me he abstenido de hacer comentarios acerca de nuestro querido presidente
del gobierno. Como sacerdote debo contenerme. Ahora bien, desde un punto de
vista estrictamente moral —insisto, exclusivamente moral—,
nunca había visto un uso más deleznable de la facultad legislativa.
Esto me sorprende, por
supuesto que no. Todos sabíamos que al no haber una verdadera separación de
poderes, pues es solo aparente —separación formal, pero no real—, esto iba a
suceder antes o después.
Ahora el partido mayoritario
de la oposición no puede poner cara de sorpresa. Sus
dirigentes tuvieron otras prioridades. Ahora ponen el grito en el cielo. Por
supuesto que ahora sí que resulta imposible un acuerdo consensuado entre todos
para cambiar las reglas del juego.
Pero no crio mala sangre
por esto porque estoy convencido que el mangoneo de la Ley que ha realizado el
Poder Ejecutivo es solo un pequeño temblor frente al seísmo legislativo que se tendrá
lugar en los próximos seis o siete años.
No es que una mera
división de poderes nos pudiera evitar las consecuencias de algún tipo de
populismo radical: al final, un tsunami que domine más del 65% del congreso arrasa
todo y pasa por encima de todo. Pero una cosa es reconocer ese hecho y otra muy
distinta es ni siquiera poner alguna barrera, algún muro de contención.
Hoy por hoy tenemos una policía
neutral, un tribunal constitucional neutral, un Tribunal de Cuentas neutral y
tantas otras instituciones porque de hecho es así, no porque las leyes protejan
de su ideologización. Esas y otras instituciones solo están protegidas por
discursos. El 65% de los escaños del congreso es la frontera entre la libertad
y el comienzo de un lento, pero continuo, proceso de invasión de las instituciones por parte del partido que
esté en el poder.
Por supuesto que sé que
hay muchas leyes, muchísimas, que salvaguardan la independencia de la policía y
de tantas instituciones. Pero cuando se dé una fusión entre el Poder Ejecutivo,
el Congreso, el Senado, el partido mayoritario y alguna ideología populista,
todas esas leyes formales que salvaguardan la independencia se irán disolviendo
de manera práctica.
En los últimos años la
sociedad española ha ido sufriendo una invasión legislativa de su libertad (vg.
la Ley de Memoria Histórica) y de sus derechos (vg. la ley contra la violencia
de género). Por supuesto que la merma de derechos solo se puede realizar bajo
la excusa de defender derechos, de ampliarlos, de profundizar en ellos.