Ayer comimos todos los
sacerdotes de la diócesis, el marco fue inmejorable: el claustro del monasterio
de las bernardas. Eso de comer en un claustro me encanta. También hubo reunión
toda la mañana, pero nada digo de la reunión porque yo estaba atendiendo el
hospital. También durante las reuniones los enfermos precisan del capellán. Las
urgencias no paran por haber una reunión. Y algunas urgencias constituyen una verdadera
urgencia con toda la rotundidad de la palabra.
Llegué con todos los
comensales sentados por más que quise dejar el hospital sin que se me hiciera
demasiado tarde. Cuánto me gusta ver las caras que conozco desde hace treinta
años. Me acuerdo de las primeras reuniones cuando todavía era un seminarista.
Todo era tan nuevo.
De entre todos los
presentes, siempre las caras más frescas de ilusión, de entusiasmo, del primer
fervor, son las de los seminaristas. Ojo, no digo que la consumación de la
virtud no llegue después, con los años. Sin duda es así, la cúspide de la
virtud se logra con el paso del tiempo. Pero la alegre felicidad de los
seminaristas tiene algo de primaveral.
De primero hubo una
deliciosa crema de mariscos. Me gusta mucho esa crema, yo uso el mismo tipo de
sopa (sopa de sobre) en mi casa. Es crema de langosta, aunque estoy seguro de
que no hay un solo gramo de ese crustáceo dentro del sobre. Perdón, me corrijo,
hay una langosta en la foto, pero el texto deja claro que el sabor es de
marisco, sin especificar. Pero sea como sea que lo hagan, esa crema sabe más a
langosta que la misma langosta.
De segundo hubo un tipo
de carne muy sencilla, muy humilde, pero digna. No recuerdo como se llama.
Insisto, no era cara, pero el segundo plato pasó todos los rigurosos requisitos
de mi examen. No así las patatas de guarnición. Las mías tenían tantísima sal
que me resultó imposible comerlas.
De postre tarta costrada:
lo mismo que el segundo plato, se trataba de un postre adecuado. Por fin,
tenemos un postre apetecible para esas reuniones después de años de bizcocho
con mermelada en la parte superior. Se trataba del bizcocho más misérrimo de
toda la pastelería industrial.
Al salir llovía. Desde
hace tres semanas, todos los días llueve.