El congreso, desde hace algún
tiempo, se ha sumido en una inútil tormenta de descalificativos personales. Si alguien
dice algo con sensatez (y los hay), sus palabras quedan ahogadas en el tumulto
verbal.
Lo que la gente no se da
cuenta es de que la reforma del Tribunal Constitucional supone un antes y un
después para esta barrera que, hasta el día de hoy, ha protegido la democracia
en España. Ya no serán jueces escogidos por consenso, sino jueces escogidos
para que no den ningún susto al Poder Ejecutivo.
Si ahora, de golpe, con
toda la urgencia posible, se hicieran todos los nombramientos que por
cuestiones de fecha requieren hacerse, la faz de ese tribunal quedaría
politizada durante muchos años. Los nombramientos de sus jueces están vigentes
durante nueve años.
Si hay falta de acuerdo,
es una insensatez imponer algo e imponerlo durante tantos años. Si esto lo
hubieran hecho las derechas, las izquierdas hubieran incendiado las calles durante
las semanas que hubiera hecho falta. Hubiéramos necesitado antidisturbios noche
tras noche, hasta tirar la toalla y negociar. Si las derechas hubieran propuesto
esto, probablemente no se hubiera salvado ni el edificio del congreso de un
asalto “popula”. Todo lo que hacen las izquierdas siempre es popular. Lo que hacen
las derechas, aunque lo hagan dentro de la ley, es puro fascismo.
Estamos en un momento
gravísimo. Me gustaría poder decir que esta contienda no hay ni buenos ni
malos. Ojalá pudiera escribir que presumo la buena fe de los dos bandos
enfrentados.
Lo que se va a decidir en
breve en el senado afectará nuestras libertades en los próximos decenios. La politización
de ese alto tribunal será de imposible reversión.