jueves, mayo 23, 2019

Los premios Príncipe de Asturias (1º parte): algunas explicaciones previas que van a desembocar en unas conclusiones morales


Hay un tema sobre el que he evitado hablar desde hace años y es el de los premios de la Fundación Princesa de Asturias. Y si voy a hablar de este tema es porque tiene unas conclusiones que entran en el campo de la moral, no de la política. Pero eso se verá al final, en la conclusión final en otro post.

Nota: Quiero hacer constar que he reescrito este post. Porque la primera redacción (que publiqué en este blog hace cuatro horas) era demasiado dura.

Antes de nada, quiero decir que no critico a su presidente, Luís Fernández-Vega, ni a algunos de sus consejeros. No critico a su presidente, porque, por muy capaz que sea, cuando le nombraron, bien sabía que solo podía hacer lo que pudiera y nada más. Tiene las manos bastante atadas.

Tampoco critico a algunos de los vocales de su consejo de administración. Esos mismos vocales son los primeros en saber quiénes están sentados alrededor de esa mesa por méritos y quiénes están allí “por otras razones”.

Los premios nacieron de una improvisación de nuestro anterior monarca en una época completamente loca que fueron los años 80. En esa década, cualquier cosa fue posible. El rey quería unos premios prestigiosos, al estilo de los Nobel. A partir de allí, todo se fue organizando a través de ocurrencias sobre la marcha.

Una llamada del rey y los bancos pusieron una pila de dinero. Tal alta fue esa pila que, a día de hoy, el patrimonio neto de la fundación es de 32 millones de euros.

¿Cuál fue el primer problema de esta idea de crear unos premios? Pues fue hacerlo sin tener idea de cómo funcionan las cosas en este mundo de los premios. Lo primero de todo, habría que haber estudiado la situación para ver qué premios faltaban en el Mundo o en Europa, y tratar de llenar ese espacio vacío.

Lo que no tenía NINGÚN sentido era crear una copia de otros premios ya existentes y muy bien gestionados. Es decir, para qué gastar el dinero en volver a hacer lo que otros ya llevaban haciendo desde hacía mucho tiempo y lo hacían muy bien.

Tenía sentido crear un premio internacional de literatura en lengua española. Eso no existía antes del Premio Cervantes. Y eso fue el Premio Cervantes. Ese premio llenaba un nicho vacío. Su éxito fue inmediato e indiscutido.


Pero no tiene sentido que, por ejemplo, ahora, en el año 2019, se gaste una gran cantidad de dinero en crear un gran premio internacional de matemáticas cuando ya existe el premio Abel en esa rama; o en crear uno de química, cuando ya existe el Nóbel.

Cuál fue el resultado de repetir lo que ya existía (y de repetirlo peor): que los premios Príncipe de Asturias no los conoce nadie en el extranjero. Están pagados y bien pagados, pero no tienen el menor prestigio fuera del Telediario. Como buena parte de los premiados son extranjeros, el dinero de los premios se va al extranjero. Pero, después de una generación entera funcionando los Príncipe de Asturias, siguen sin tener prestigio. Nota explicativa: Cuando digo “el dinero se va al extranjero”, en realidad, bien podría decir “nuestro dinero se va al extranjero”, aunque sea una fundación. Pero ese es un tema que explicaré en otro post.

A eso hay que añadir las decisiones en cuanto a quién dar los premios. Vamos, simplemente, a decir que han sido “desafortunadas”.


Mañana escribiré el segundo post de quizá tres sobre este tema. Pero ya ahora animo a los miembros válidos del patronato de esa fundación (que los hay) a que den un manotazo en el timón y les digan a sus compañeros en la mesa del consejo de administración (aquellos que no son tan válidos) que las cosas no pueden seguir así; que más de treinta millones de euros no pueden seguir sirviendo para pagar cinco minutos de aparición en el Telediario.

Nota: Un comentarista, Shurinam, ha escrito un comentario sobre este tema que vale la pena leerlo. En mi opinión, va al meollo del asunto. Pero hay cosas que deben decirlas los laicos y no yo. Por eso he rebajado el tono de mi post.