Me he
enterado hoy de que el comandante de Auschwitz, Rudolf Hoss (se escribe de varias
maneras el apellido Höß) se confesó antes de morir. Había crecido en una familia
católica hasta que abandonó su fe. En prisión, pidió un sacerdote y dos días
antes de la fecha marcada para la ejecución, se confesó. Casualmente, con un
jesuita que trabajaba como capellán en el Santuario de la Divina Misericordia
en Cracovia. Continúo con el texto de Aleteia de donde he sacado esta
información:
The next day Father Lohn went to the prison again, to give Höss
the Eucharist before he died. “And the guard who was present said it was one of
the most beautiful moments in his life seeing this ‘animal’ kneeling, with tears in his eyes, looking
like a little boy and receiving Holy Communion, receiving Jesus with his heart,” the nun said. “Unimaginable
mercy.”
El link lo
podéis encontrar aquí, aunque la historia está dividida en dos partes:
https://aleteia.org/2016/03/04/how-the-commandant-of-auschwitz-found-gods-mercy/
Otro escrito que puede ser de utilidad es este:
https://www.shu.edu/theology/upload/mass-murderer-repents.pdf
En fin, me ha
llamado mucho la atención esta historia y os la he querido compartir. Me imagino
la cara del sacerdote cuando le pidieron los guardias que fuera a confesar a
alguien y preguntó que a quién. Y le respondieron: Al comandante de Auschwitz.
La verdad es
que, en ocasiones, la realidad es como una novela.
Estoy en contra de la pena de muerte, pero pienso que ese patíbulo en medio del campo de concentración es un recuerdo de la Justicia Divina. En su sencillez, sin ninguna añadidura, ese patíbulo habla, predica, es un recuerdo de que la justicia llega antes o después.
Imaginaos si un ángel le hubiera comunicado a un prisionero: “Ves a ese
comandante. Aquí, en medio del patio se bamboleará ahorcado”.