Me gustaría dar algunas sugerencias más respecto a las fotos de
ayer. No sé a quién se le ocurrió poner un reloj de sobremesa en una repisa de
la pared. Pero si fue un monseñor, díganle que eso es un peccatum mortale
estético, además con perdón reservado a algún decorador de París y tras hacer
penitencia.
Vamos a ver, jamás, jamás, se hace. No sé si en alguna morada del
infierno de Dante, pero no sobre este Orbe. Si se tiene un reloj de sobremesa,
se coloca en una mesa. Si se quiere colocar en una pared, se coloca un reloj de
pared. Si no se sigue esta regla, se da la impresión de haber querido llenar un
hueco o de no saber dónde colocarlo.
Otro peccatum mortale, para nada venial, es que en el siglo
XVII y XVIII había muchas puertas disimuladas en los palacios. Ahora bien, nunquam,
numquan, never, never, se disimula una puerta con papel de empapelar si esa
puerta tiene un tremendo marco como el de la segunda foto. Eso no lo hizo nunca
ni Lutero ni Calvino. Si pone un marco de esa entidad, se coloca una puerta
acorde al marco. Otro dogma, otro. Este debe estar proclamado por algún
concilio de decoradores.
El último fallo es la mesita barata del teléfono, cuyos “niveles”
los han llenado de cosas para no dejarlos vacíos. La mesita proletaria no pega
nada en ese club de muebles. Si se fijan en la película María Antonieta
no verán ni un solo mueblecito que desentone. Había mil soluciones para colocar
el teléfono en algún lado. Pero la mesita parece estar gritando: “Sáquenme de
aquí”.