domingo, mayo 02, 2021

Figuras que aunen y no que dividan

 

Como bien sabéis los que seguís mis pequeñas locuras en este blog, llevo tiempo pensando que la democracia requiere una estética adicional que se la puede proporcionar una monarquía constitucional. Una monarquía radicalmente desprovista de poderes, por pequeños que sean y cuya única función sea protocolaria: representar la nación española.

Una monarquía cuyo rey fuera elegido por el senado y que tuviera un consejo real (también elegido por el senado) para aconsejar (con discreción y firmeza) qué debe y qué no debe hacer una figura institucional como esta.

Mi visión de la monarquía es enteramente republicana. El rey pasa a ser un funcionario. En lo que propongo, el rey es alguien encargado de un escenario ceremonial que es el palacio real. Función protocolaría que se realiza, en realidad, a mayor gloria de la república.

Ex cursus: ¿No sería bonito ver una reconstrucción perfecta de lo que era la corte del Dalai Lama en el Tibet?

La política divide, la lucha entre partidos crispa. Esta figura del monarca paternal, consolidada durante decenios, sería una figura que aunaría, que inspiraría unidad.

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El problema, el gran problema que veo a esta figura, es que si el senado escoge para el puesto a una persona de gran valor personal (pues ya no sería una función hereditaria), es decir, si escoge a un catedrático de Derecho o de Historia, con majestuosa presencia física, con cualidades intelectuales y sociales; y esta figura se consolida durante quince o veinte años; entonces, va a ser muy difícil que esta persona no ejerza una función intrusiva en la política de la nación.

Reconozco que es una figura que podría funcionar tan bien que, precisamente, su éxito se podría convertir en su mayor problema. He tenido hoy una larga, larguísima conversación, con un amigo politólogo y él no ve solución a este peligro.